Por Érick Calderón
En los últimos días, México ha vuelto a ser el epicentro de un intenso debate desencadenado por un fallo judicial en torno a las corridas de toros. Dicho fallo ha autorizado que se celebren con normalidad estos eventos en la Plaza México a pesar de que habían sido prohibidos desde el 2022.
Este acontecimiento ha avivado una discusión profunda sobre la ética animal y la arraigada tradición taurina en el país, dividiendo opiniones y generando un diálogo más que necesario sobre la necesidad de encontrar el equilibrio entre respetar nuestra herencia cultural y al mismo tiempo salvaguardar el bienestar de los animales.
En ese sentido, la tauromaquia, con sus raíces profundamente entrelazadas en la historia y la identidad mexicana, se encuentra ahora bajo un intenso escrutinio ético, ya que en medio de protestas por la reapertura de la Plaza México se ha reavivado una pregunta central: ¿hay alguna justificación moral para este tipo de espectáculos en un mundo que cada vez presta más atención a los derechos y el bienestar de los animales?
Desde una perspectiva ética, la discusión se proyecta hacia teorías filosóficas que exploran la moralidad de las acciones humanas con relación a los animales. Por ejemplo, Jeremy Bentham, figura central del utilitarismo, propondría una evaluación ética de las corridas de toros centrada en el sufrimiento animal. Su famosa afirmación de que “la pregunta no es si pueden razonar ni hablar, sino si pueden sufrir” destaca la importancia de la capacidad de los seres sintientes para experimentar dolor como el criterio central en la consideración moral.
La propuesta de Bentham, muy innovadora para su tiempo, desafió la noción prevaleciente de no incluir a los animales dentro de la ‘comunidad moral’, en un contexto histórico donde filósofos como Aristóteles argumentaban que los animales no podían ser agregados ahí porque no eran racionales, en el mismo sentido Descartes sostenía que no se comunicaban, Kant afirmaba que no eran autoconscientes y Locke postulaba que no tenían pensamiento abstracto, por lo que no había motivos reales para incluirlos como entes morales; Bentham, por otro lado, se destacó al subrayar que la capacidad de sentir debería ser el criterio fundamental para incluir a los animales en la comunidad moral y que su placer o sufrimiento deben de ser temas relevantes para los humanos.
En contraste, otras perspectivas filosóficas, como la de Peter Carruthers le han aportado complejidad al debate ético sobre los animales. Su visión desafía la atribución de derechos morales a los animales, antagonizando directamente con la visión de Bentham, puesto que en este análisis, se plantea que los animales carecen de derechos morales debido a su incapacidad para participar en acuerdos, una faceta fundamental de la racionalidad moral.
Según Carruthers, esta ‘racionalidad moral’ se define por la capacidad de participar en discusiones y convenios morales, requiriendo habilidades cognitivas y lingüísticas específicas. Al argumentar que los animales no poseen estas capacidades de manera equiparable a los seres humanos, se concluye que no pueden ser considerados agentes morales en el sentido pleno del término.
Sin embargo, esta perspectiva no excluye la importancia de prestar atención y consideración a los animales, ya que a pesar de la limitación en la atribución de derechos morales, Carruthers se destaca por darle relevancia a reconocer, al igual que Bentham, la capacidad de los animales para sentir y experimentar placer y sufrimiento como un problema real. Esta atención ética se convierte en una vía para abordar el bienestar animal, enfocándose en sus experiencias sensoriales como un punto central de consideración por parte de los seres humanos.
Asimismo, la relevancia de este debate trasciende el ámbito de las corridas de toros, destacando la necesidad de reevaluar nuestras percepciones éticas sobre la relación entre los seres humanos y los animales en general.
Por ejemplo, desde la perspectiva de los defensores de los derechos (del tipo jurídicos) de los animales, las corridas de toros representan una violación flagrante de principios éticos fundamentales. Estos argumentan, en lo general, que atribuir derechos a los animales implicaría evitar prácticas que causen sufrimiento innecesario, lo cual es inherente a este tipo de eventos.
Para estas corrientes éticas, los animales poseen un valor intrínseco que debería hacerlos destinatarios de derechos, fundamentando su consideración ética en la premisa de que todas las formas de vida merecen respeto y atención, independientemente de su utilidad para los seres humanos.
Este enfoque busca redefinir la relación entre los seres humanos y los animales, abogando por un trato que refleje su verdadero valor y su capacidad de sentir, puesto que en el fondo se destaca que esta capacidad de sentir es compartida con nuestra especie, ya que muchos animales, al tener un sistema nervioso mamífero similar al nuestro, experimentan el mundo de manera equiparable.
Esta conexión biológica subraya la importancia de ser más empáticos al momento de considerar la experiencia sensorial de los animales al abordar cuestiones éticas, enfatizando la necesidad de una relación más consciente y respetuosa entre las diferentes formas de vida en nuestro planeta.
De igual manera, esta discusión ética impacta también otros espectáculos similares como las peleas de gallos y perros, así como a la ganadería y la alimentación, por lo que el abandonar progresivamente la barbarie y la transición hacia prácticas ganaderas más sostenibles y la producción de carne en laboratorios ofrecerán cada vez más alternativas que podrían reconciliar estas posturas éticas divergentes, ya que estos avances representan también una oportunidad para la sociedad de buscar un ‘progreso moral’.
En última instancia, la propuesta de llevar a cabo una consulta popular para definir el futuro de las corridas de toros, propuesta por el presidente López Obrador y últimamente también por el jefe de gobierno Martí Bartres, sin duda aboga por encontrar una solución democrática a este conflicto cultural y ético de décadas.
En ese sentido, el involucrar a la sociedad en la toma de decisiones representa un esfuerzo por equilibrar las opiniones diversas y buscar un camino que refleje los valores compartidos. Esta iniciativa proporcionará a la ciudadanía la oportunidad de contribuir a la toma de decisiones sobre un tema delicado y desafiante, donde la solución final podría residir en un diálogo ético informado que considere diversas perspectivas éticas, antropológicas y económicas, pero insistiendo en la búsqueda de soluciones que reconcilien la rica historia cultural de México con la evolución de la conciencia global sobre los derechos de los animales, pero reconociendo que la superación de este conflicto requerirá un profundo compromiso de la sociedad para encontrar un equilibrio en un contexto de permanente cambio cultural.