Política y juventud: el efecto avestruz

Por Michelle Campoy

“El hombre es un animal político” (zôion politikón) dijo Aristóteles hace unos 23
siglos y con ello se refería a la capacidad humana de organizarse en sociedades, de
elegir entre el bien y el mal y crear todo tipo de sistemas de comunicación para
salvaguardar su integridad. Aristóteles también dijo que todo hombre busca como fin
último su felicidad, incluso aquel que rompe los códigos éticos de una sociedad está
buscando su propio bienestar.


Entonces, siguiendo la lógica aristotélica ¿Qué pasa con la juventud mexicana y su
participación política? Según el último censo del INEGI1, en México el 30% de sus habitantes son jóvenes entre 12 a 29 años, un porcentaje con gran potencial político tomando en cuenta que la media de la edad productiva son 34 años. Asimismo, diversos estudios científicos como The Lancet publicado en 2020, proyecta que en 2062 México será un país “viejo”, es decir, que habrá más adultos mayores que jóvenes. Para revertir esta situación las mujeres en su etapa más fértil deberíantener entre 2.2 y 2.5 hijos para un buen reemplazo generacional.


Actualmente en México iniciaron las campañas políticas para elegir a la/él
próximo(a) presidente(a) de la República, esto significa, de nueva cuenta, un gran
reto para los equipos de marketing, tomando como referencia la participación juvenil
de las elecciones del 2018 donde sólo el 17%2 de los jóvenes hicieron efectivo su
voto. ¿Cómo conseguirán los (as) nuevos (as) candidatos (as) fidelizarse ante una
juventud aparentemente apática?.


Varios expertos en la materia como el ya citado INEGI, INE, UNICEF y revistas de
divulgación científica como Redalyc y Scielo, han estudiado desde hace varias
décadas dicho fenómeno social y concluyen que los jóvenes sí participan en la
política sólo que lo hacen de maneras menos convencionales. Los jóvenes se
expresan a partir del sentido de pertenencia que un sitio, circunstancia o persona les
inspire. Por ello es común verlos agrupandose en organizaciones civiles, marcha masivas y tendencias en redes sociales. Desde la lucha estudiantil del 68, el
movimiento #YoSoy132, los estudiantes de Ayotzinapa y la ley olimpia entre otros,
miles de jóvenes nos han mostrado cuáles son los intereses que los mueven a
participar políticamente, a saber, la defensa de su identidad.

Erik Erikson, psicólogo freudiano nacido en 1902 y muerto en 1994, aportó un
esquema psicológico que llamó “Etapas de la vida” donde señala las fases y
características psíquicas que se desarrollan en el humano. La tabla se compone de
8 etapas siendo las primeras 6 las que abarcan al grupo poblacional que nos ocupa.

En los estadíos (o etapas) 5 y 6 los jóvenes se caracterizan por relacionarse
significativamente con grupos o modelos de roles y amistades que les proporcionen
garantías para construir o deconstruir su identidad. Por ello es común que de los 12
a los 29 años el enfoque de vida tenga sentido a partir del otro. Cuando la vinculación es exitosa hay amor, fidelidad y lealtad. Cuando es precaria o defectuosa tiende a generar aislamiento o lo que nosotros llamamos “Efecto Avestruz” . El término originalmente fue acuñado por los investigadores Dan Galai y Orly Sade quienes usaron la metáfora para dar cuenta del comportamiento de los inversionistas de la bolsa de valores, ambos descubrieron que los inversionistas tendían a revisar más los indicadores económicos cuando la bolsa iba bien, pero cuando iba mal, monitoreaban menos los datos. Es decir, cuanto mayor es la incertidumbre por algo, menor es el involucramiento personal.

Dentro de la política este fenómeno se ha vuelto un círculo vicioso, por un lado
tenemos a jóvenes “aislados” o “apáticos” ante las estrategias políticas
convencionales y por otro lado tenemos a partidos políticos con lecturas sesgadas
que creen que estando a la moda en redes sociales o con discursos vulgares
verdaderamente aportan algo positivo a la construcción de la identidad juvenil.

Ante esto ¿Qué alternativa tiene la sociedad mexicana para involucrarse con la
juventud? La educación. Por sentido común sabemos que los jóvenes en su etapa
estudiantil pasan un cuarto del día en los salones de clases, datos de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), dice que un
año de escolaridad adicional aumenta el PIB per cápita de un país entre un 4 y 7%,
es decir, hay una estrecha relación entre el nivel de desarrollo de una sociedad y la
vitalidad de su sistema educativo.


En México hasta hace apenas un año la Secretaría de Educación modernizó los
libros de texto de primaria hasta secundaria, esta acción se vio envuelta en un sínfin
de polémicas que solo polarizaron la libertad de expresión de los padres de familia.
La Nueva Escuela Mexicana además de aportar un criterio más amplio sobre el arte,
la igualdad de género y la diversidad sexual, introdujo la historia política de México.
Esta actualización pedagógica abre un mundo de posibilidades para que los y las
adolescentes adquieran nociones políticas que puedan despertar un interés en el
tema, para que cuando se tomen decisiones importantes, hayan tiempos electorales
o se presenten crisis sociales no exista un contundente rechazo motivado por la
ignorancia.


“El nacimiento de las democracias occidentales y el desarrollo industrial exigen de la
escuela una formación elemental, una alfabetización masiva. Lo exigen porque, si la
democracia significa gestión popular del poder, cada ciudadano podrá participar en
ella en la medida en que se disponga de instrumentos para informarse, expresarse,
discutir”
. Francesco Tonucci.

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