Por Andrés Manuel López Obrador
Es muy importante la historia porque es la maestra de la vida. Se le atribuye esa definición a Cicerón.Pero, para entender mejor lo que somos los mexicanos, hay dos sustentos, dos pilares que nos dan nuestra identidad en la actualidad.
¿Cuáles son esos dos pilares? Nuestras culturas, lo que heredamos del México profundo, que es algo muy valioso, extraordinario, que se ha querido ocultar, es como querer negar una civilización —el maestro Bonfil Batalla decía ‘la civilización negada’— y como si la vida en México hubiese iniciado hace 500 años con la llegada de los europeos, cuando miles de años atrás habían florecido en México grandes civilizaciones.
Y eso, pues no desapareció con la llegada de los europeos, eso se transmitió de generación en generación y es parte de lo que somos, de nuestra idiosincrasia; así es también en otros países.
Y el otro sostén que nos da identidad es nuestra historia, que en el caso de México es muy fecunda. Todos los pueblos, todos los países tienen su historia; nosotros tenemos la dicha de que tenemos una herencia política excepcional por nuestros héroes reconocidos y héroes anónimos, mujeres y hombres, que eso, amalgamado con nuestra tradición cultural, es lo que nos ha dado mucha fortaleza y es lo que nos ha permitido salir adelante siempre, ante cualquier adversidad.
Yo quiero hoy hablarles de lo que cuento en el libro, en este capítulo que se llama El humanismo mexicano acerca de la vida del cura Miguel Hidalgo y Costilla, quiero que se conozca bien porque era un luchador social, era un humanista, un gran dirigente, un cura bueno, rebelde.
José Martí decía en un texto que lo recomiendo mucho a los jóvenes, que se llama Nuestra América, lo publicó como en 1890 —aquí nos va a ayudar Jesús—, lo publicó en Nueva York, pero es un texto fundacional. Y decía Martí: ‘Injértese en nuestras repúblicas —habla de nuestra América— el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas’, o sea, no nos neguemos a lo universal.
Alfonso Reyes decía también eso: ‘Lo más universal que se pueda, pero también lo más nacional que podamos’.
‘Es cierto que Hidalgo era criollo y se había formado en las ideas surgidas en Europa, pero su origen mexicano y sobre todo la convivencia con el pueblo lo llevó a defender causas profundamente justas y arriesgadas que le costaron la vida. Este cura rebelde y bueno es el padre de nuestra patria.
Por esas singularidades, peculiaridades, por esas cosas excepcionales de nuestra historia, la fecha que más celebra el pueblo de México es la del inicio, la del Grito y no la de la consumación de la independencia nacional.
Ya esto lo hemos hablado. ¿Cómo es que los mexicanos celebremos el Grito de Independencia y no nos acordemos de la fecha de la consumación de la independencia en 1821? A los mexicanos nos importa más el precursor, el cura Hidalgo, que Iturbide, el consumador, porque el cura era defensor del pueblo raso, y el general realista Iturbide representaba a la élite, a los de arriba y sólo buscaba ponerse la diadema imperial. Hidalgo fue otra cosa, a él le tocó, junto con Allende, Aldama, Jiménez y otros dirigentes populares, enfrentar a la oligarquía dominante y proclamar la abolición de la esclavitud; Hidalgo proclama la abolición de la esclavitud, dicta un manifiesto dejando abolida la esclavitud.
El pensamiento de Hidalgo era subversivo, rebelde, nada en su personalidad lo distanciaba de ser un revolucionario y no se andaba por las ramas. Por ejemplo, en una de sus cartas al intendente Juan Antonio Riaño escribía —lo cito—: ‘No hay remedio, señor intendente, el movimiento actual es grande y mucho más cuando se trata de recobrar derechos santos concedidos por Dios a los mexicanos, usurpados por unos conquistadores crueles, bastardos e injustos que, auxiliados de la ignorancia de los naturales y acumulando pretextos santos y venerables, pasaron a usurparles sus costumbres y propiedad, y vilmente de hombres libres convertirlos a la degradante condición de esclavos.
Al mismo tiempo, Hidalgo era un hombre profundamente humano, un auténtico cristiano, así lo demuestra el hecho que, para evitar el degüello de miles de oponentes realistas, pero también de inocentes, prefirió quedarse —aquí cerca— en el Cerro de las Cruces y no tomar la Ciudad de México, que estaba prácticamente rendida.
Sin embargo, a diferencia de esta actitud humanista, sus adversarios nunca le perdonaron la osadía de querer igualar a los pobres con las clases sociales más favorecidas —eso no lo perdonaron—. Baste recordar el juicio en que lo excomulgan y la manera en que lo asesinan, le cortan la cabeza y la exhiben como escarmiento por más de 10 años en la plaza principal de Guanajuato, desde 1811 hasta 1821.
Ningún dirigente —esto es muy importante— en la historia de México ha recibido más insultos que el cura Hidalgo, el padre de nuestra patria. Paco Ignacio Taibo hace un recuento de todos los improperios —de todos los insultos, abro comillas, todo lo que le decían—: ‘endurecida alma, escolástico sombrío, monstruo, taimado, corazón fementido, rencoroso, padre de gentes feroces, cura sila, entrañas sin entrañas, villano, hipócrita, refinado, tirano de tu tierra, pachá, lo-cura, imprudentísimo bachiller, caco, malo, malísimo, perversísimo, ignorantísimo, bachiller costilla, excelentísimo pícaro, homicida, execrable, majadero, badulaque, borriquísimo, primogénito de Satanás, malditísimo ladrón, liberticida, insecto venenoso, energúmeno, archiloco, americano. Por si fuese poco, en el juicio de excomunión lo llaman demagogo, desnaturalizado y frenético.
Él se defendía respondiendo que actuaba con apego a su consciencia. Y es célebre la que dirige a sus acusadores —abro comilla—: ‘Abrid los ojos americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos; ellos no son católicos, sino por política su dios es el dinero, y las conminaciones sólo tiene por objeto la opresión. ¿Creéis acaso que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español?’ En fin, si Hidalgo no hubiera sido auténtico, como lo era, no lo hubieran sacrificado con tanta saña, como lo hicieron con Jesús Cristo.
El cura Miguel Hidalgo y Costilla, en sus últimas horas dio muestra de un temple excepcional y de una serenidad conmovedora, y hasta tuvo el gesto de una insólita amabilidad de componer una décima de agradecimiento a sus carceleros por el buen trato que le brindaron. Una de esas décimas dedicada al cabo Manuel Ortega, dice así: ‘Ortega, tu crianza fina, tu índole y estilo amable siempre te harán apreciable aun con gente peregrina. Tiene protección divina la piedad que has ejercido con un pobre desvalido que mañana va a morir y no puede retribuir ningún favor recibido’.
Lo que permitió al padre de la patria enfrentar la muerte con aplomo y tranquilidad —para los jóvenes— fue la paz de su consciencia, la certeza de que con fidelidad a sus principios y valores había hecho lo correcto y lo que era necesario para el bien del pueblo al que se debía.
Cuando lo iban a fusilar, el 30 de julio de 1811, a cuatro metros de distancia, los soldados temblaban. Le dieron varios tiros sin matarlo y el sargento del pelotón tuvo que ordenar a dos de ellos que le pusieran las bocas de los fusiles directamente en el corazón.
Nosotros, los mexicanos, debemos sentirnos orgullosos de este héroe santo y muchos otros, porque aquí en México, en nuestro gran país, como en ninguna otra parte, el movimiento independentista no se inició por simples reacomodos en las cúpulas del poder’ —no fue el ‘quítate tú porque quiero yo’—, ni siquiera se gestó únicamente por un sentimiento nacionalista, sino que fue fruto de un anhelo de justicia y de libertad. Por ello, el grito de libertad y justicia en México, el grito del día 15 de septiembre va a antes que el de la independencia política.
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