Por El Profe. Cruz
Estamos en el cierre del proceso electoral 20024, todo parece indicar que no habrá sorpresas, salvo que el 2 de junio, en pleno conteo se caiga el sistema y los votos que iban hacia un lado terminen en otro.
La llamada derecha mexicana, relacionada por la derecha española y latinoamericana, nunca levantó el vuelo, por más que fue auxiliada por las fuerzas ancladas en el pasado, y en la espera de sumar a los descontentos (que los hay) del partido en el poder.
El colchón de respaldo con el cual inició su campaña la exjefa de gobierno de la Ciudad de México, le bastó para llegar a la recta final como amplia favorita, mantenerse ecuánime era la clave, no meterse en polémicas, por más que las provocaciones intentaron sacarla de sus casillas, logró mantenerse firme, en su papel (un guion ya establecido).
De sus contrincantes, la estrategia para desbancar la continuidad del presente proyecto, no resultó efectiva, el poco (en muchos casos nulo) arraigo en las clases populares, quienes representan la mayoría del país, permitió asegurar la punta de las preferencias en las opiniones, concentraciones y encuestas a la candidata de Morena.
La derecha está en crisis, pero es ingenuo pensar que ella surgió en el 2018, no, hay que remontarse años atrás, los continuos fraudes cometidos contra la oposición, no sólo el 2006, también en 1988, los comicios envueltos en el crimen en 1994, y por supuesto, el empuje de la generación del 68, los movimientos campesinos, entre otros factores.
La derecha se sostuvo en una constante crisis política, la opción de la llamada izquierda oficial, por cierto, cada vez se escucha menos eso de izquierda, acarrea esa crisis. No bastan las promesas (rechazadas por la realidad), ni los proyectos desarrollistas (destructoras del medio ambiente y de la vida social), hay una continuidad de esas crisis que ni las encuestas impiden observar el fondo del vaso.
La crisis de la política mexicana tiene distintas direcciones; desde la falta de principios provoca el constante vaivén de los personajes de un lado y otro; la desconexión de la clase política con la población, convirtiéndose en una casta privilegiada; las promesas incumplidas que forman parte del ritual coyuntural, hablar, endulzar el oído, proponer lo imposible partiendo de los errores o insuficiencias de los contrarios; la avaricia por los puestos públicos por encima del servir a los demás; la sumisión a los intereses partidistas por encima de los intereses de la nación; el sometimiento de toda la clase política hacia las posiciones económicas del país vecino del norte.
La crisis política no ha sido superada, ganó un poco de aire con el gobierno de la esperanza, sostenida por las clases populares por los programas sociales (repartir dinero) y por los grandes ricos al desarrollar los proyectos desarrollistas (Tren Maya, el corredor Transístmico, etc.). Gobernar para ricos y pobres ha sido la clave de la 4T, tener contentos a los ricos con sus inversiones millonarias, y a las clases populares con la repartición de dinero.
En la visión del gobierno todos ganan, pero unos pocos ganan muchos, y muchos ganan poco. Se deja de lado algo importante, entre esa mala distribución de la riqueza hay una guerra de despojo de los territorios de los pueblos originarios, y lo que ello implica; cultura, lengua, vínculo con la naturaleza, comunidad.
Llegará el momento donde el dinero repartido será insuficiente para calmar las necesidades de la población, despojado del velo, continúa la clase política en su lucha constante por los puestos en cualquiera de las plataformas donde se abran las puertas, sin principios, sin proyecto, sin deseo de servir a la población que dicen representar.