Palabras que importan: la responsabilidad de la expresión pública

Por: Michelle Campoy


Palabras Que Importan


Las palabras tienen el poder de construir y destruir, de inspirar y desmoralizar, de unir y dividir. Esta realidad plantea una pregunta fundamental: ¿Cuál es nuestra responsabilidad ética al elegir las palabras que expresamos públicamente?


Desde la antigüedad, filósofos y pensadores han reflexionado sobre el poder del lenguaje y su impacto en la sociedad. Platón, en sus diálogos, advertía sobre el uso manipulatorio de la retórica; Wittgenstein, siglos después, destacó cómo el lenguaje da forma a nuestra comprensión del mundo. Las elecciones lingüísticas en el discurso público no solo reflejan nuestra ética personal, sino que configuran las dinámicas sociales y políticas en las que estamos inmersos.


Un aspecto crítico que quisiera que consideraramos es la manifestación deliberada de un lenguaje patriarcal que vulnera los pilares del discurso liberal; la paridad de género.


El Patriarcado Detrás del Discurso Político


El lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino una herramienta de poder que puede perpetuar desigualdades y sistemas de opresión. En el ámbito político, esto se manifiesta de manera notable a través del uso de un discurso que, consciente o inconscientemente, refuerza las estructuras patriarcales. Las palabras despectivas y las metáforas bélicas y jerárquicas frecuentemente empleadas por políticos y pensadores son un claro reflejo de esta dinámica.


¿Doble Moral?


El patriarcado dentro de un sistema social está regido por hombres que detentan la mayoría del poder, las mujeres, por su parte, son marginadas, utilizadas y desechadas conforme los intereses de unos cuantos se van moviendo. ¿Qué elementos sociales son entonces los que se requieren para que la paridad de género en México sea genuina desde el lenguaje hasta las acciones?


Las palabras y frases utilizadas a menudo son herencias de un pasado dominado por una visión masculina del mundo, donde el poder, la autoridad y la dominación son centrales. Foucault abordó esto años atrás cuando introdujo el concepto Biopoder y describió su propósito: “obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones” [Foucault, 1976, p.169]


Ahora bien, tomar por asalto la corporalidad del “otro” a través del discurso es un rasgo muy característico del mexicano. En su percepción dicotómica de la vida (blanco/negro, mujer/hombre, control/sumisión, falo/vulva) sexualiza la vida pública y la somete a la luz del día con la opresión de los cuerpos existentes. En este sentido tal y como es sabido, Foucault señala como represoras a ciertas instituciones; la escuela, la cárcel, los medios de comunicación etc.


Al referirnos a México como un sistema social y político que somete “cuerpos”, nos referimos también al uso que se hace de ellos. Desde la disciplina militar hasta la desaparición forzada, todos comparten el mismo punto en común; los cuerpos. El efecto que produce este uso y desuso corporal se manifiesta en una normalización discursiva que atenta contra grupos vulnerables que son incapaces de defenderse porque no ven la estructura patriarcal que la sostiene.


Un ejemplo de esto se puede ver en la tensión política-social que existe entre una Universidad Pública y el aparato gubernamental de un estado del norte de México.


En esta disputa mediática y pública se utiliza el discurso como arma y se exhibe con ironía y desdén al cuerpo. La organización que se encarga de “La defensa de la autonomía universitaria” hace uso de su radio universitaria para transmitir su inconformidad con el caso, el detalle que yo encuentro penoso es la irresponsabilidad con la que se evidencia las estructuras patriarcales de las que hace rato les hablaba. Decir, por ejemplo, que “bajarse los pantalones para que una línea editorial los penetre” o señalar como “concubinas” a ciertos medios de comunicación, me parece un retroceso en la lucha de género y una ofensa a las víctimas de violaciones sexuales.

Este grupo “defensor” compuesto en su mayoría por hombres, insiste en usar “metafóricamente” el acto de violar, penetrar o someter como discurso victimista. ¿Las palabras importan? Me pregunto. Y si importan ¿Qué dicen sobre nosotros?


En nuestras culturas modernas, occidentales, patriarcales, el contenido que asume el falo se liga al pene, al dinero y también al saber; sin embargo, el problema no se encuentra ni en el saber, ni en el dinero ni en el pene en sí mismos, sino en aquello que, vía el discurso, los particulariza: la noción de propiedad privada. Cuando un analista afirma “mi clínica”, me asusta. “Mi saber”, “mi dinero”, “mi pene”, “mis objetos”; “mi mujer”, “mi marido”, “mis hijxs”, porque las mujeres y los niños, como el saber, también son tomados como objetos, poseídos, de intercambio y de goce, es decir, un bien de valor; y “El dominio del bien es el nacimiento del poder” (Lacan 1959-60, 284) “y cuando un hombre es investido de poder, resulta difícil no abusar de él” (Freud 1937, 3362)

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