Sinaloa, la guerra perdida del estado

El pofe Cruz

“Hasta que llegue otro circo, y otra vez la misma transa” Los Tigres del Norte”.

La realidad ha superado con creces cualquier descripción de los corridos, la exaltación de los personajes de la región en héroes populares, dejan entrever la industria de esta maquinaria poderosa que es la delincuencia organizada.

Lo que sucede recientemente en Sinaloa es producto de un desface institucional en todos los niveles; aquellos discursos coyunturales o asentados en una administración invitando a establecer el Estado de derecho mediante el diálogo, aplicar las leyes a quienes la violentan, el respeto de los derechos humanos que, al señalar los sucesos en Gaza se caen de cualquier manual o plataforma pacifista, así sea de las Naciones Unidas.

Con qué palabras se puede invitar a la buena convivencia entre grupos que luchan por el control territorial del tráfico de drogas, y de personas, porque esa es otra variante, las personas tratadas como mercancías al servicio de estos grupos en fricción, qué mejor materia prima para esta maquinaria del horror que los migrantes, desapercibidos para los gobernantes del país, y desde luego los jóvenes, el sector más golpeado en esta guerra.

La paz, el orden y el progreso que ofertaron las democracias liberales desde su nacimiento como la mexicana, resultan hoy obsoletas, sostenerlas implica una prolongación de esta agonía de ir hacia ninguna parte con sus secuelas de destrucción para reordenar bajo la lógica del mercado, ahí donde hay una parcela bien puede construirse una privada para los pudientes de Culiacán, con sus líneas impecables de seguridad, fuera de esa privadas reina el caos.  

El Estado mexicano, implementó la estrategia abrazos no balazos para contrarrestar el avance social e institucional de los grupos delictivos, dicha estrategia en los hechos ha fracasado de manera rotunda; la paz promovida por el gobierno de López Obrador salió más cara y dolorosa en términos sociales que la guerra de su némesis político Felipe Calderón.

El comparativo no se limita a los números, cada quien maneja a su antojo las estadísticas, en un plano más concreto e incuestionable, salir a la calle en estos días implica poner en riesgo la vida, el miedo no es una propaganda de los conservadores para restar votos en la siguiente elección, es una realidad en la que estamos expuestos todas y todos, por doquier aumentan los decesos, sobre todo las desapariciones, situación donde el Estado se ha hecho a un lado de manera irresponsable, dejando un vacío llenado por estos grupos que no les basta con imponer su ley, han desarrollado toda una industria que tiene como base la producción y comercialización de estupefacientes, el lavado de dinero, la producción, distribución y mercado de los productos ganaderos, agrícolas, pesqueros y servicios.

Este poder avasallante va acompañado de la complicidad de un sistema político que se ha alimentado de los recursos económicos a disposición, siendo decisivos en cualquier periodo electoral para presidente Municipal o Gobernador.

La guerra desatada lleva implícita la norma no dicha, en el mundo del contrabando, la traición es una constante, hasta los corridos lo cantan. El problema que nos convoca viene precisamente de una traición, los periodistas llaman entrega; otros, intercambio. No discutiremos quién tiene la razón o no, simplemente que el acontecimiento desató en buena medida la ola de violencia que se padece en gran parte de Sinaloa, o, mejor dicho, la guerra que se vive en Sinaloa.

En esa traición se ven involucrados, desde luego las fracciones ahora enfrentadas, también el exrector de UAS, Cuén Ojeda, y no podría faltar en la triangulación la voz de la autoridad, el Gobernador Rubén Rocha Moya.

Que López Obrador hiciera oídos sordos a los clamores de la prensa y el pueblo sabio y bueno, respaldando en todo momento, no sólo el nombre del Gobernador de Sinaloa, sobre todo la integridad del partido por él fundado.

Investigar a Rocha Moya de posibles vínculos con el narco mancharía la imagen de Morena, y de él como gobernante. Ahora con Claudia como presidenta (¡con a por favor!), el apoyo hacia Rocha se mantiene en lo político, fortaleciendo la estrategia en Sinaloa militarizando aún más la capital, para “proteger” a la ciudadanía, no para enfrentar con el poder bélico a los cárteles en pugnas.

Con la visita reciente del secretario de Seguridad y Protección Ciudadana federal, Omar García Harfuch, el periódico La Jornada publica una nota al respecto con fecha del 9 de octubre del año en curso, donde se expone “revisar la estrategia desplegada; realizar labores de inteligencia e investigación, y tienen el objetivo de incrementar la seguridad y reducir los niveles de violencia”.

Independientemente de la estrategia que asuman, las modificaciones que realicen, los ajustes y enfoques, el daño social ya está hecho, dejaron crecer el poder territorial del narco, con la intención de contrarrestarlo con los programas sociales para combatir la pobreza. El resultado está a la vista de todas y todos, no sólo no lo redujeron, los grupos en cuestión se alimenta de los pobres, de los sin-futuro, los hijos del analfabetismo, como dijera Freire.

Aquí tocamos un aspecto fundamental, si la idea era encauzar a las y los jóvenes hacia otros caminos, por qué esos programas asistenciales no se complementaron con inversiones en la cultura, la educación, la ciencia y el deporte. La austeridad en el rubro cultural ya ha sido expuesta de manera crítica por intelectuales críticos, en las casas de la cultura reina la soledad; el teatro es un manjar exquisito sin acceso para la mayoría de la población, y los libros apolillándose en los estantes.

Donde más se resiente el abandono es en la educación; la edición de libros con marcado acento ideológico, sobre todo en historia. Se habla de un humanismo mexicano sin trastocar las viejas estructuras de los sindicatos y las escuelas, repelan cualquier intento de transformar la educación.

Sigue vigente la jerarquización donde las propuestas se imponen de arriba hacia abajo, desde los escritorios. El humanismo mexicano nació burocratizado, como discurso incluyente, pero excluyente en la práctica donde los maestros son operadores de las ideas que se les imponen, con espacios con agendas predeterminadas en todo el país, el mismo tema, al unísono, como si no existiesen diferencias entre una escuela y otra.

Para aterrizar la idea, la relación al interior de las escuelas no ha cambiado nada en absoluto, la idea choca con esa realidad; la titularidad entregada a inicios de la gestión a Graciela Domínguez Nava, quien se caracterizó por hacer campaña política en el sur de Sinaloa para la diputación que ganó en ese  Distrito, y no para fortalecer la educación ni al magisterio, ahora el Gobernador nombra a Gloria Himelda Félix Niebla, priísta de cepa, el mensaje de Rocha Moya ha sido el mismo; la SEPyC es una plataforma política para sus allegados, sin la seriedad profesional que la función requiere.

Si tomamos como muestra lo que sucede con la educación, y los trasladamos en el rubro de la ciencia, el arte, el deporte, o los institutos de salud, es muy probable que esas relaciones de poder (jerárquica) sigan carcomiendo los ímpetus por democratizar los espacios; si abajo no hay apertura, arriba menos.

Los programas sociales en este sentido, no fueron efectivos, tampoco están perfilando un futuro mejor para los jóvenes. La dependencia económica genera inmovilidad en la mayoría de los casos, esa inmovilidad social es la que aprovecha el narco para refrescar sus bastiones.

La estrategia, por mucho que los medios izquierdosos afines al poder lo defiendan, sin el pensamiento crítico como martillo para golpear fanatismos, especulaciones, dogmas y dogmas, no se puede adular como buena cuando tienes ciudades enteras destrozadas como es el caso de Culiacán. No hay gobierno, no opera el estado, salvo para justificar con otros datos y mañaneras su existencia, y la nómina.

Donde sí ha sido eficaz este gobierno es en aliarse con los caciques sindicales; en campaña prometió abrir el magisterio, democratizarlo para que las y los maestros decidieran sobre su propio espacio de lucha y trabajo; una vez en el Poder fortaleció los lazos con esos poderes caciquiles, mismos que fungen como correa de transmisión de sus decisiones, por encima de los intereses de las y los docentes. Bien decía un maestro de Mochis en su canal de Facebook, ningún dirigente sindical (federal o estatal) dijo algo que alentara a los docentes en las balaceras suscitadas en Culiacán, y ninguno defendió la integridad, de ese tamaño es la paradoja discursiva.

El Estado ha quedado desnudo por una realidad que, si bien es cierto algunas manifestaciones de violencia ya se conocían, la dimensión y los resultados de esa escalada de violencia son suficientes para la dimisión del gobernador, no reconoce su incapacidad para conducir al Estado por el sendero de la paz y tranquilidad. Por otro lado, el hacerlo significaría dar por hecho las versiones que circulan sobre su persona, y eso al gobierno de la 4T no le favorece, respaldarlo es y ha sido para ellas y ellos, la mejor opción, los otros datos ahí estarán para maquillar la realidad, los temas de las reformas, las torpezas de la derecha, la mala racha de la Selección mexicana de fútbol y el beisbol de la Liga del Pacífico.

Focalizar el problema de la violencia en Sinaloa, o en Culiacán, es padecer de miopía analítica y de criterio, la inoperancia del Estado es llenada por la operatividad de la delincuencia organizada, tan sólo en Sinaloa la guerra ha desbastado la capital, Cosalá, Elota, San Ignacio, Concordia, la conexión Sinaloa-Durango, ElDorado, y muchas comunidades desplazadas por la violencia en los últimos veinte años. Hay otros estados de la república en parecida situación, tales como Chiapas, Colima, Tamaulipas, Zacatecas, Durango, Michoacán, Guanajuato, Veracruz y Guerrero, son algunos ejemplos de la expansión de la guerra total, la descomposición aumenta, la destrucción del tejido social parece irremediable, por todos lados a este país le sale pus.

Resanar la destrucción generada por esta guerra en las arterias sociales tardará décadas, siempre y cuando haya un plan efectivo para ello, de momento se carece, para el gobierno de la 4T ha sido más importante ganar elecciones con políticos de la derecha para impulsar sus reformas (¡ups!), que resarcir los dolores que se producen en la sociedad. Aquí la otra cara de los programas sociales, son para garantizar votos, a simple vista es una idea noble, en el fondo la perversidad política.

La culpa de estos dolores no sólo le corresponde al gobernador Rubén Rocha Moya, también tiene su parte el expresidente Andrés Manuel López Obrador, que no supo escuchar las voces dolidas de las madres de desaparecidos, no sólo de Ayotzinapa, todo aquello que sonara a cuestionamiento sobre las prioridades de su mandato fueron vilipendiadas de hacerle el juego a la derecha, cuando fue él quien le abrió las puertas de su administración y partido a la derecha.  

No quiso darle una respuesta efectiva a las madres y padres de Ayotzinapa con los cuales se comprometió a encontrar a los jóvenes estudiantes; denigraba a las feministas porque pintaban sus monumentos, y callaba en cada feminicidio. Con él no hubo justicia, sin justicia no puede construirse un mejor país.

Que sean las madres quienes encuentren con sus palas y picos a sus desaparecidos, deja claro que al Estado no le importan esos desaparecidos, y en esta guerra ni ellos ni los muertos son relevantes para despabilarse siquiera, si el Estado no está para garantizar la vida, ¿para qué queremos un Estado así?, no es mejor buscar otros canales alternos donde se encuentre la justicia y la verdad en quienes labran su camino sin postrarse ante nadie para recibir aprobación.

En esta guerra, las ciudadanas y ciudadanos estamos solos, la guerra nos ha fragmentado con su aliento de muerte, el miedo nos carcome el alma, pero aún late el corazón de quienes la padecen.

En esta guerra no sabes por dónde viene la bala, llega sin avisar, se inserta en el cuerpo y te arranca tu historia, vives mientras te sostienen los recuerdos de quienes luchan por justicia, mientras los gobernantes le apuestan a la muerte, es decir, al olvido.

Los gobernantes, tras un micrófono intentan convencernos de aceptar esta guerra como algo normal, representan una comedia en medio de la tragedia, y en parte eso ha sido la historia de este país, una tragicomedia.

Con el respaldo de la Presidenta (con a) al gobernador de Sinaloa (entre morenistas no pueden dejar campo abierto a la derecha que intenta derrotarlos al menor error), a los reclamos sociales se le agrega la decepción cada vez en aumento (aunque saquen el soliloquio de los 36 millones) de un Gobierno que se dice del pueblo, y se niega a escuchar al pueblo, que se dice de izquierda y se integra con elementos de la derecha, que dice importarle la vida, y no garantiza mínimamente la seguridad sino la perpetuidad del miedo y la muerte, la destrucción y un segundo piso que carece de cimientos sólidos, anunciando la caída del edificio hecho de ficción y otros datos, los del Poder.

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