Michelle Campoy
Al pensar en la muerte de Sócrates, recordamos una copa de cicuta que lo condujo
al final de su vida; un veneno administrado en un juicio que determinó que su crimen
había sido corromper a la juventud de Atenas. Hoy, en Sinaloa, los jóvenes beben
una cicuta distinta, pero igual de mortal: la influencia insidiosa y el envenenamiento
del crimen organizado. Esta generación, atrapada en una red de violencia, está
siendo empujada hacia un destino trágico, y las cifras lo evidencian: uno de cada
dos desaparecidos en el estado es un joven, y las desapariciones de adolescentes y
jóvenes aumentaron un alarmante 154% en el último año.
¿Qué papel juega nuestra sociedad en esta tragedia? A través de esta “cicuta,” el
crimen organizado ha tejido una narrativa de poder y éxito que atrae a la juventud
sinaloense, especialmente en un contexto donde el brillo de la vida material parece
ser la única aspiración. En una ciudad como Culiacán, donde en menos de dos
meses se han denunciado 72 desapariciones juveniles —53 de las cuales
siguen sin resolverse—, se vuelve imposible ignorar la devastación que este
veneno social está dejando en la juventud. (Animal político 2024)
Pero, ¿dónde podemos situar la raíz de esta crisis? ¿Es solo el resultado de la
ambición moderna de una vida material? Ciertamente, la desigualdad económica ha
erosionado la estructura social y el sentido de pertenencia familiar se ha debilitado;
factores que han dejado a los jóvenes vulnerables a las promesas ilusorias del
poder criminal. Este contexto nos obliga a cuestionar la responsabilidad de quienes
han permitido que esta “cicuta” siga propagándose sin contención.
En última instancia, el Estado, la sociedad y la familia cargan con un peso ineludible.
La cicuta de los jóvenes sinaloenses es un síntoma de una sociedad que ha
dejado de cuidar a sus propios hijos, que no ha sabido ofrecerles alternativas
ni les ha enseñado a valorar la vida de otro modo. Si la carencia es evidente ¿En
qué han invertido el tiempo tanto el Estado como la familia? Una pregunta al aire
que los filósofos modernos Zygmunt Bauman y Byung-Chul Han podrían
responder.
Zygmunt Bauman, en su concepto de “modernidad líquida,” destaca que la falta de
estabilidad y la rápida transformación de las instituciones sociales han erosionado el
sentido de pertenencia de los individuos. En esta modernidad, donde el futuro es
percibido con incertidumbre y temor, el Estado y la familia ya no pueden ofrecer una
seguridad sólida. Así, los jóvenes, privados de un “proyecto de vida” coherente,
buscan identidad y pertenencia en otros lugares, a menudo en comunidades
marginales o incluso en el crimen. Este vacío social es explotado por élites que
promueven un modelo de vida individualista y fragmentado, aumentando aún más la
sensación de abandono en las clases vulnerables. (Quotlr Quotes)
(ReviseSociology)
Por su parte, Byung-Chul Han explica que la sociedad actual se ha transformado
en una “sociedad del rendimiento,” donde la presión por ser competitivo y
autosuficiente lleva a las personas a un agotamiento profundo. Este enfoque
individualista genera una desconexión social, y quienes no logran alcanzar los
estándares de éxito son considerados fracasados. Esta exclusión puede empujar a
los jóvenes a buscar alternativas fuera de las normas convencionales, incluyendo
redes criminales, donde encuentran la validación y apoyo que les niega el sistema
de rendimiento.
Una investigación hecha por el diario El Universal y publicada el 4 de marzo del
2024, describe el modelo aspiracional de un sector de la población que aspira a
ocupar cargos de “halcones” o “punteros” como suele conocerse. Dichos
informantes están al servicio del crimen organizado, reciben un pago quincenal de 4
mil pesos y suelen trabajar 12 horas y descansar las siguientes 12 horas. Los
jóvenes, en su mayoría varones, comienzan a trabajar para el narcotráfico desde los
13 años de edad, conforme a la calidad de su trabajo pueden ascender a ya no sólo
usar motocicleta y radio, sino que pueden portar armas, chalecos antibalas y equipo
de radiocomunicación más sofisticados.
De acuerdo con datos de la Sedena y diversas entrevistas realizadas por El
Universal, la Policía Estatal tendría 783 elementos para todo Sinaloa, y los
punteros sumarían más de 700 sólo en la ciudad de Culiacán (…) La investigadora y maestra jubilada de la Universidad Autónoma de Occidente, Anajilda
Mondaca Cota, afirma que los punteros representan un problema real que se agravó
porque la sociedad se adaptó a convivir con ellos. (El Universal, 2024).
Al lector, lo invito a plantearse las siguientes preguntas, recuerde que la indiferencia
es otra manifestación de violencia.
- ¿A qué le dedica su tiempo la sociedad sinaloense si no es al fortalecimiento
de los núcleos familiares, los sistemas de seguridad y la salud emocional de
los jóvenes?
- ¿Qué papel juega el Estado en la construcción de alternativas que ofrezcan a
los jóvenes un camino fuera de la violencia y el crimen organizado? - Como padres y familias, ¿en qué medida estamos contribuyendo a que los
jóvenes encuentren un sentido de pertenencia y apoyo dentro del hogar, o
estamos inadvertidamente fomentando su búsqueda de identidad en
espacios peligrosos? - ¿Hasta qué punto el deseo de éxito material y el ritmo acelerado de la vida
moderna nos han alejado de las responsabilidades colectivas hacia la
juventud y su futuro? - ¿Cómo podemos, como individuos y como sociedad, redefinir el concepto de
éxito y pertenencia para construir un Sinaloa donde los jóvenes no sientan
que el crimen es su única opción de realización?