Joel Álvarez Borrego
Creo que nunca voy a entender el ¿por qué? Se obliga a los estudiantes varones a portar su pelo corto, puede ser que en mis años juveniles lo usé largo, o será porque la inteligencia del ser humano no se mide por lo corto o largo del cabello. Albert Einstein o Jesucristo no hubieran podido entrar en nuestros centros escolares.
Solo dos anécdotas al respecto:
Ingresé a la especialidad de Educación Cívica y social, últimamente ciencias sociales, en la Escuela Normal Suoerior de Nayarit. Corría el año de 1969, solo contaba con 19 años de edad, Federico Zamorano y yo éramos los plebes del grupo. En mi primer día iba vestido con pantalón acampanado, bien ajustado hasta las rodillas y amplio hasta los tobillos, mi camisa con colores psicodélicos y mis huaraches bien padres con sus argollas plateadas y no podía faltar mi pelo largo. La primera clase era Sociología con el Maestro Raúl Rea Carvajal. Cuando él entró y me vio dijo “de manera que tengo hipies en mi clase”, no dije nada, sólo pensé, “ya verás cab…” Nos pidió un libro del grosor de dos ladrillos llamado Manual del Marxismo Leninismo. Nos dejó leer 35 hojas, me leí 100 e hice mis notas, en los días siguientes en cuanto el maestro entraba a clase ya tenía mi mano levantada y le preguntaba no sobre las 35 hojas sino por las 65 restantes, todas me las contestaba, era endemoniadamente inteligente. Al quinto día, al terminar la clase, me llamó y dijo “quiero hablar contigo”, “ nos tomamos un café” preguntó, le dije “ soy un estudiambre, si Usted lo invita vamos. Platicamos ampliamente, reconoció el error por haberme llamado hípie y nos hicimos grandes amigos, aprendí mucho de él.
Corría el año de 1982. Trabajaba en el COBAES 35 de Mazatlán, muy pequeño por cierto, teníamos un estudiante con pelo largo, usaba una coqueta en la oreja derecha y le decían la muñeca. El director del plantel no lo podía ver ni en pintura a pesar de ser un estudiante brillante. Le puso como condición para no expulsarlo que se cortara el cabello y se quitara la coqueta, el alumno desobedeció y se siguió presentando tal como él quería. Los maestros que éramos como 12, platicamos sobre el asunto y llegamos a la conclusión de que no permitiríamos que lo expulsaran. Al director no le quedó de otra y llamó al padre del alumno. Al día siguiente estábamos a la expectativa todos lo maestros esperando la presencia del papá y ver el desenlace del “problema”. Cuando el padre llegó, primero nos quedamos estupefactos y luego la sonrisa afloró en todos. El padre era un viejo lobo del mar, un pescador experimentado en la pesca del camarón, usaba su cabello largo, traía en la oreja derecha una coqueta y en el gremio pesquero se lo conocía como la muñeca. Al director no le quedó de otra, tuvo que doblar las manos. Zaragoza, el estudiante, años después, a punta de pitidos de su carro me paró por la avenida ejército mexicano, al principio no lo recordaba, vestía traje con su respectiva corbata, ya no llevaba el pelo largo ni traía su coqueta, se había convertido en un abogado respetable. Nunca olvidaré cuando me abrazó y me dijo “gracias maestro”.
Algún día entenderemos que no es válido pretender construirle la vida a nadie , debemos proporcionar los medios, pero la construcción de la vida le corresponde a cada ser humano.
Guíalos, oriéntalos, sugiere, pero no se debe pretender moldear al otro con base en tu criterio personal.