Indudablemente, México está atravesando una profunda reconfiguración de sus fuerzas políticas, un fenómeno que se ha vuelto cada vez más evidente en el escenario político. Sin embargo, en medio de las candidaturas ya ampliamente reconocidas, como las de Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum, ha surgido un hecho que merece atención, aunque haya pasado en cierto grado desapercibido: la pre-candidatura independiente de Eduardo Verástegui para la presidencia de México.
¿Qué es lo que debería llamar nuestra atención en esta candidatura? Sin lugar a dudas, el perfil marcadamente ultraconservador que Verástegui representa como líder del movimiento católico ‘Viva México’ y demás movimientos de extrema derecha. Este perfil se caracteriza por posturas que incluyen el rechazo al aborto, la oposición a los matrimonios homosexuales y la crítica férrea a todo lo que, según ellos, se asocia con el ‘comunismo’. Estas posturas reflejan un marcado conservadurismo que se asemeja a corrientes políticas que han ganado terreno en diversas partes del mundo, como el movimiento pro-Trump en Estados Unidos, el partido Vox en España, Le Pen en Francia, Meloni en Italia o el liderazgo de Bolsonaro en Brasil.
El crecimiento de las fuerzas ultraconservadoras a nivel internacional puede atribuirse, en parte, a una serie de factores complejos. En primer lugar, se ha observado un aumento en la polarización política a escala global, donde las posiciones extremas ganan terreno a expensas del centro político. Esta polarización ha fomentado un ambiente propicio para el surgimiento de movimientos ideológicos más radicales.
Además, la creciente desconfianza en las instituciones tradicionales y el malestar social han llevado a algunos ciudadanos a buscar alternativas políticas que desafíen el status quo. En este sentido, la retórica teológica y populista, anti-establishment, así como la promoción de una actitud negativa hacia la ciencia suelen ser elementos característicos de estos movimientos, ya que esta narrativa apela a las preocupaciones y frustraciones de una parte de la sociedad, lo que a su vez contribuye al crecimiento de estas corrientes conservadoras a nivel global.
En este contexto, resulta menesteroso un análisis minucioso de la candidatura de Eduardo Verástegui y su potencial impacto en la política mexicana, ya que esta elección podría no solo reflejar una reconfiguración de las fuerzas políticas, sino también un reflejo de las tendencias globales que están influyendo en todo el mundo. En este sentido, Verástegui parece entender bien a qué sector de la sociedad mexicana ultraconservadora se dirige, ya que incluso ha calificado al PAN como una derecha “cobarde” y ha intentado provocarles al señalar que la ultra derecha representa un negocio político viable y, en cierto sentido, tiene razón, ya que estos discursos todavía son aceptados por una parte significativa de la población mexicana y sin duda siguen aspirando a tener representación política.
Por estos motivos, la precandidatura de Verástegui también adquiere un matiz particularmente relevante ya que no solo representa un desafío a la política tradicional en México, sino que también refleja una tendencia global hacia cierto tipo de fortalecimiento de líderes y movimientos ultraconservadores que han tenido una amplia aceptación en sectores sociales de todo el mundo que los ha hecho, hasta cierto punto, competitivos políticamente.
Sin duda, dadas las condiciones, es muy improbable que Verástegui sea un candidato competitivo, y más improbable aún que realmente gane la presidencia de México. No obstante, el hecho de que estos discursos políticos tengan voz podría repercutir en las victorias sociales de los últimos años en nuestro país, ya que estas posturas políticas suelen estar emparentadas con tendencias que incluyen el fascismo, una postura en contra de la migración, la limitación de los derechos y libertades sociales, las libertades individuales y la restricción del derecho a la libertad de conciencia. Todo esto en favor, principalmente, del discurso teológico que polariza y radicaliza desde siempre en México debido a sus profundas raíces católicas.
Por otro lado, si pudiéramos definir esta postura política (la ultra conservadora), sería la de una ideología cargada de dogmas infundados, prejuicios sociales, fanatismo religioso e intolerancia hacia la diversidad. Quizá por ello, vale la pena recordar la paradoja de la tolerancia del filósofo Karl Popper, quien sostiene que la tolerancia no puede ser ilimitada, ya que si somos completamente tolerantes con los intolerantes, estos últimos podrían acabar con la misma tolerancia en algún punto. No obstante, esta restricción de la tolerancia no debería implicar la limitación de las libertades políticas de estos ciudadanos o la censura de sus discursos. En cambio, se refiere a la necesidad de exponer las deficiencias argumentativas, éticas, lógicas y epistemológicas de los sofismas valorativos de quienes respaldan estas ideologías.
Michel Winock, un destacado historiador francés especializado en el análisis de la ultraderecha internacional, deja más claro lo que es esta corriente ideológica, ya que identifica una serie de características distintivas que se están volviendo cada vez más relevantes en el contexto político global. Estas características incluyen, por ejemplo, el rechazo al presente, considerándolo un período de decadencia, y una profunda nostalgia por una supuesta ‘época dorada’ en el pasado. Además, la ultraderecha tiende a elogiar la inmovilidad y se opone firmemente al cambio, lo que se traduce en un antiindividualismo marcado, en oposición a las libertades individuales y al sufragio universal.
Otro aspecto fundamental de esta ideología es la apreciación de sociedades basadas en élites, donde consideran que la ausencia de estas es una señal de decadencia. Asimismo, manifiestan nostalgia por lo ‘sagrado’, ya sea en términos religiosos o morales. También expresan temor hacia la mezcla genética y el colapso demográfico, promoviendo un enfoque supremacista.
En cuanto a la moral, tienden a censurar aspectos como la libertad sexual y la homosexualidad. Finalmente, la ultraderecha muestra una tendencia al antiintelectualismo, desconfiando de los intelectuales que parecen desconectados del mundo real. Estas características, identificadas por Winock, arrojan luz sobre la creciente alineación de figuras como Eduardo Verástegui con movimientos internacionales de ultraderecha, lo que plantea preocupaciones sobre cómo estas ideas pueden influir en la política tanto a nivel nacional como global.
Este vínculo entre Eduardo Verástegui y la ultraderecha internacional se hace aún más evidente al recordar que en noviembre del año pasado, Verástegui fue el organizador principal de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), un evento de gran relevancia en el panorama político global. Entre los invitados destacados se encontraban figuras como el hijo del presidente brasileño Jair Bolsonaro, Ted Cruz, el influyente ideólogo político de Trump, Steve Bannon, el excandidato presidencial chileno José Antonio Kast, el argentino Javier Milei y el líder del partido de ultraderecha español Vox, Santiago Abascal.
Estas conexiones refuerzan la percepción de su alineación con movimientos ideológicos similares en todo el mundo, lo cual debería alertarnos sobre los posibles desafíos políticos que podríamos enfrentar en el futuro, por lo que es fundamental reconocer que estos movimientos pueden tener un impacto significativo en la política y la sociedad, y que sus agendas a menudo van acompañadas de un sesgo antidemocrático y una retórica divisiva.
Por ello, para evitar las consecuencias negativas de la expansión de estas ideologías, es esencial que estemos conscientes de sus implicaciones y trabajar activamente para contrarrestar su influencia, ya que la historia nos ha enseñado que este tipo de movimientos políticos extremistas, pueden erosionar las libertades individuales, socavar la tolerancia y comprometer la estabilidad democrática. Por lo tanto, es imperativo que, como sociedad, estemos alerta y comprometidos en defender los valores democráticos y los derechos humanos fundamentales, ya que solo a través de un esfuerzo colectivo para enfrentar estas tendencias extremistas, podemos garantizar un futuro político más inclusivo y equitativo.
Por otra parte, este hijo del Yunque Eduardo Verástegui, a pesar de su creciente participación en la palestra nacional, realmente carece de experiencia política significativa. Su vida ha estado en gran medida ligada al mundo del espectáculo y el entretenimiento, donde ha desempeñado roles como actor en telenovelas y películas, cantante e incluso striper en sus inicios. Aunque es legítimo que cualquier individuo decida incursionar en la política, es importante destacar que Verástegui no es un político de profesión ni ha acumulado un historial de servicio público que respalde su capacidad para liderar y tomar decisiones políticas fundamentales.
Esta falta de experiencia política plantea preguntas sobre su preparación, sus motivaciones personales y su idoneidad para asumir un papel político de alto nivel. Elegir el discurso de odio como bandera política sin una base sólida de experiencia política ya es sin duda preocupante, ya que puede llevar a decisiones impulsivas y polarizantes que afecten a la sociedad en su conjunto, por ello es importante que los líderes políticos cuenten con la experiencia y la comprensión necesarias para abordar de manera efectiva los desafíos y las complejidades del mundo, promoviendo un enfoque equitativo, basado en reflexiones sólidas y hechos, en lugar de optar por un populismo de derecha radical que apele a la división social.