Rumbo a la costa, en los márgenes colindante entre Culiacán y Navolato, se encuentran una gran cantidad de campos agrícolas, campos de explotación, campos de la muerte.
Dos ciudades intentando caminar hacia la modernidad, tienen anclados los cimientos en el campo; si algo las caracteriza, no es precisamente la producción industrial, la economía depende de los trabajos realizados en los campos agrícolas, y por supuesto, las inversiones de la delincuencia organizada en los negocios locales, eso que los especialistas en la materia llaman limpiar el dinero o lavado.
Sobre esto último la incompetencia del autor lo descarta de cualquier rebuscamiento, se aclara, no es el temor, puesto que vivir en Culiacán te arranca de raíz el miedo, se vive abrazado a la incertidumbre, un segundo puede ser letal, cruzar una calle, entrar en una cantina, ir al billar, reunirte en un café, asistir a la escuela, congregarte en un mitin, participar en una marcha, intentar enamorar, escribir una nota periodística.
No es miedo, es el ruido silencioso que penetra en tu cuerpo desde los odios hasta las pupilas, ese ruido, alimento de los corridos resonando en cada rincón, plasmado en las novelas locales, escritas pensando en ese mercado ruinoso donde la vida no encuentra su lugar.
Aclarado el punto, continuemos con la narración, la incompetencia obliga mirar hacia donde el silencio requiere convertirse, primero en murmullo quedo, después en palabra, oración, discurso.
José Ramón, estudiante de segundo grado en la Escuela Normal de Sinaloa, como muchos otros alumnos que, desde distintas partes del Estado, llegan a la capital para continuar sus estudios. Nacido en la comunidad de Cacalotán del Municipio de El Rosario, en los linderos de la sierra del sur. Expulsado por la poca productividad de la tierra, el azote de las gavillas en los pueblitos para imponer su ley del monte, se dirigió a la capital para encontrar, mediante el estudio, un mejor futuro para su familia.
La Escuela Normal de Sinaloa es una institución formadores de maestros, desde hace más de setenta años generaciones pasan por las aulas con el título de docente. José Ramón estudiaba cuando era director Elio Edgardo Millán, oriundo de Sonora, residente de la ciudad de Mazatlán, el maravilloso puerto con su largo malecón acariciado por las olas del mar.
Siendo estudiante, asistió a un curso, invitado por su compañero de estudios Elpidio Sánchez, quien desde años atrás pertenecía al Programa de Niños Migrantes en La Cruz de Elota, coincidiendo en el aula de la Normal, juntos asistieron a la Modernización del Programa con atención a los niños que estudiaban en los Campos Agrícolas.
José Ramón se entusiasmó con el trato recibido en el Programa, los cursos previos a la distribución del personal, así como el ambiente de camaradería. La Coordinadora del Programa, hablaba maravillas del quehacer docente en las condiciones donde vivían temporalmente los niños llegados del sur del país, Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Michoacán, estados donde la pobreza extrema y la violencia se combinan terriblemente como una enfermedad del naciente Siglo.
El papel humanista de los docentes, con unos cuadernillos en el morral como arma a afrontar una realidad, iban con gusto a evangelizar a los pobres migrantes el nuevo enfoque educativo donde puntualizaba el humanismo como filosofía de vida y enseñanza.
Cuando José Ramón se despidió de Elpidio en la vieja central camionera, cerca del Estadio de beisbol de los Tomateros, tomó un camión rural de los que van a la Comunidad Pesquera de las Puentes, no sin antes bajarse en Villa Juárez. En la central compró una torta, miró a su alrededor detenidamente, gente bajita, morena, hablando un idioma incomprensible. Se sintió transportado hacia una dimensión no conocida por él hasta entonces, preguntar algo, no tenía sentido, pensó para sí.
Fue interpelado por un chofer, le preguntó hacia dónde se dirigía, a Pénjamo respondió. Aquel camión verde de la esquina, le sugirió, va en esa dirección, el rojo a Navolato. Subió al camión verde, no sin antes comentarle al conductor avisarle cuando llegara a Pénjamo. Claro que sí joven, yo le hablo cuando lleguemos.
El camión hacía bastante ruido, como si se equiparara el humo salido del escape con la velocidad, cada tanto, al meter cambio, hacia movimientos hacia adelante y hacia atrás, la cabeza de José Ramón seguía el movimiento, anestesiado el cuerpo por el cansancio, el efecto de la torta, el calor quemante, sofocante, abrumador al interior de camión.
Las ruedas se detuvieron, con ellas un rechinar molesto de fierro viejo, la gente iba dormida, algunos con la boca abierta, le rondaban las moscas llamadas por la sinfonía de los ronquidos, los niños con el moquillo embarrado por la cara, nuevamente el camionero llamó. Hemos llegado joven, aquí es Pénjamo, ¿va a bajar?
José Ramón bajó, esperaba, como en las lecturas analizadas en el curso del Programa, ser recibido por la gente con las sonrisas de felicidad para llevarlo a la escuela, nadie lo esperaba. Caminó hasta el empaqué preguntando la ubicación del campo donde se aglutinaba a los trabajadores en estas nuevas haciendas, quizá no eran nuevas, tal vez siguen siendo las mismas desde antes de la revolución, aquí el tiempo sólo trajo carreteras para transportar las producciones de tomates de los distintos campos, por supuesto, para transportar a la gente también.
El tiempo revistió los campos agrícolas, su corazón y latido, son el mismo desde el Porfiriato. Gobiernos van, gobiernos vienen, se modernizan los medios de producción, sin embargo, las chozas en las que viven temporalmente han recibido algunas modificaciones, en lugar de palma, una larga fila de lámina de metal forma parte de los galerones divididos en reducidos espacios donde se colocaban cartones, encima de ellos las cobijas, impidiendo relativamente el frío que se cola por todos los orificios.
Cuando José Ramón fue llevado por Don Guillermo, luego de mirarlo desesperado afuera del empaque, se acercó para preguntarle si necesitaba algo, ya informado, él mismo lo digirió al campo agrícola refundido dos kilómetros adentros.
Tampoco en el campo fue recibido por nadie, de hecho, no era esperado, antes de oscurecer, llegó la trabajadora social para darle alojamiento en la bodega, llena de productos alimenticios del DIF, acomodaron los costales de triguitos, los cartones de galletas y lechitas, para que José Ramón pudiera acostarse.
Sin más prendas que las llevadas puestas, a como pudo la trabajadora social le consiguió dos cartones de huevo, los cortaron, extendidos en el piso de concreto, colocaron una cobija, la otra era para cubrirse.
El frío en el Valle de Culiacán y Navolato se vuelve infernal en la madrugada, la cercanía al mar, la circulación de los canales, la composición precaria de las chozas resulta insuficientes para protegerse, los niños morían sin cesar, de hambre, de bronquitis, de anemia, de pobreza.
Seguramente esa realidad que ahora le tocaba vivirla no se parecía en nada a la mostrada en los cursos de preparación, Don Guillermo sintió lástima por él. No te asustes de nuestra pobreza muchacho, le dijo de consuelo, a nadie le importa si morimos o nacemos, somos gente de paso, estamos una temporada aquí, luego nos vamos a otros lugares, regresamos a nuestro pueblo un par de meses, vemos a nuestras familias y empieza el peregrinar de dejar nuestras casas, nuestros hermanos, las amistades, nuestra historia como pueblo.
Llegamos acá en busca de un futuro mejor, con el paso del tiempo nuestros cuerpos revientan, no sólo los niños mueren sin darse cuenta allá donde tú vienes, nosotros cada día morimos, por dentro el trabajo te está moliendo, a los treinta y cinco años ya somos viejos. Nuestras mujeres se hacen chiquitas, a tu edad llevan el peso de la familia, no tienen juventud, la situación las arrastra a una vida donde viven atadas, marchitándose día a día.
¿Por qué no se rebelan a sus condiciones Don Guillermo?, busquen en su interior, encontrar los motivos de superarse, no tienes por qué repetir los patrones de sus padres y abuelos.
Qué más quisiéramos muchacho, no es tan fácil como parece, tu piel es clara, hablas bien el español, estudias una carrera, el mundo donde te desenvuelves te acepta como eres, porque eres parte de él. En cambio, cualquiera de nosotros, por más esfuerzo que haga, no falta el desprecio por aquí o allá. ¿a qué se debe? Ni yo mismo lo sé, es como una maldición, no tenemos aceptación.
¿Qué hacen al respecto el Gobierno y la CNDH?
Lo mismo que hicieron por la niña ahogada en el canal; nada.
¿Cómo que nada? También tienen derechos, la Constitución dice que por el hecho de nacer en suelo mexicano son sujetos de derechos como cualquier otro.
Eso dicen, dime, ¿dónde estuvo la Constitución que dices con esa muerte?, ¿dónde ha estado en las otras, muchas muertes padecidas?
Tienen que denunciar Don Guillermo, acérquese a la trabajadora social, ella puede ser enlace de ustedes con las autoridades municipales de Culiacán.
Tal vez no me doy a entender muchacho, la trabajadora social lo sabe, también las autoridades.
¿Entonces por qué no han hecho nada para protegerlos?
Sólo protegen lo que quieren, está claro que nosotros no importamos. Hace unos días mataron a una niña en Ahome, una hija de mi prima de tan sólo doce años, la violaron, la golpearon salvajemente hasta morir, se hizo la denuncia, y sí, salió en la prensa porque ahora están de moda las mujeres, sólo fue una nota periodística, salió en la radio, ¿y qué paso? Nada. A los días sucedió otro caso parecido con otra niña en Guasave, y así, vamos pasando de noticia en noticia sin importarle lo que somos.
Se me hace raro, yo conozco una defensora de las mujeres en Culiacán, es abogada, lleva la cuenta de los oprobios recibidos por las mujeres en el Estado y…
Eso es en la ciudad muchacho, a lo mejor allá esa señora cuenta en su archivo las violaciones sufridas por las mujeres, investiga, le da seguimiento, encuentran al criminal, lo procesan, por ahí hasta lo llevan a prisión, acá con nosotros no pasa nada, no hay quien registre las maldades, quien investigue y lleve al criminal a la cárcel.
¿Por qué Don Guillermo?
Eres joven para entenderlo, además, la vida de ustedes, su caminar, su mirada, no sé cómo decirlo, como que quieren comerse el mundo de una mordida, llevan mucha prisa.
La vida es corta Don Guillermo, no perdona malgastar las oportunidades que se presentan.
Estoy de acuerdo en eso, la vida es corta, pero también es larga, nosotros no somos uno, somos todos, muere nuestro cuerpo, pero vive en el de los demás, nuestra lengua conserva la historia de cada uno en una historia grande donde entramos todos, por eso no entiendo esa prisa por doblegar al tiempo, al tiempo no se le derrota, pasa nada más, no sé si conozcas el mar…
Sí lo conozco.
Bueno yo no, me contó una vez mi abuelo cuando fue a trabajar a Baja California, hizo comparación entre el mar y los árboles de la ceiba allá en nuestras comunidades de origen. Me decía, son los dioses, a los dioses no se les combate, debemos escucharlos, mi abuelo mirando y escuchando comprendió dejarse llevar por las olas, ellas te llevarán a algún sitio, así con la ceiba, cuando sopla el viento mueve las hojas de los árboles, según de donde venga el soplido las hojas se inclinarán hacia un lado u otro, así sabemos si viene lluvia o sólo es para sacudir el polvo retenido en las hojas.
¿A qué viene todo eso Don Guillermo?
El habitar el tiempo, en eso consiste el vivir, llenarlo de voces, de colores, de respirar, sin importar quién esté ahí, ahorita estamos nosotros, después serán otros quienes murmuren y caminen.
Esa es su concepción, la respeto, en cambio, yo prefiero el progresar.
A eso iba muchacho, cuando las personas se vuelven esclavas por progresar, llenarse de cosas para llenar su vacío, en su caminar por lograrlo dejan de ver a los demás, por eso no nos ven, nuestras muertes son insignificantes, como si muriera un armadillo atropellado por un carro, se detienen sólo para verificar si el auto tiene algún daño, ni reparan en el animalito, lo dejan tirado y siguen el camino.
Puede ser que tenga razón, yo sólo vengo a impartir clases, en realidad desconozco lo que viven ustedes.
¿Qué es lo que va a enseñar joven? Aquí nadie habla su lengua, los niños están lombricientos, anémicos y llegan cansados después de trabajar.
Eso es violar la ley, está prohibido que los niños trabajen.
¿En dónde dice eso?
En la constitución, es una serie de acuerdos hechas por la gente participante en la revolución para resguardar los intereses de la nación y los ciudadanos, en este caso los niños son el interés supremo de cada sociedad…
Aquí la Constitución es letra muerta, y la revolución sólo un cuento lejano.
Ustedes viven como de espaldas en la vida, como si estuvieran en la selva, no hay reglas de ningún tipo.
La única ley es trabajar para comer, el que no trabaja no come, no vive, eso incluye los niños, desde que nacen van a los campos en las espaldas de sus madres.
Eso es inhumano Don Guillermo, pobre criatura.
¿Inhumano para la madre que lo lleva a las cinco de la mañana en su lomo mientras corta tomate o inhumanas las condiciones que la obligan a morir de hambre en su choza insalubre o jugársela en el trabajo?
Ustedes tienen una forma de pensar muy rara, no entiendo, de verdad, trato, me es imposible.
Lo entiendo joven, usted ve a la madre, no la mano que la empuja.
Eso ya es decisión personal, nadie nos obliga a hacer lo que no queremos.
¿Usted por qué está aquí, porque quiere?
Acá me asignaron.
¿Quiere estar aquí?
Es el trabajo, qué quiere que le diga.
También es el trabajo de ella, si se da cuenta es la misma mano, sólo en situaciones diferentes.
Puede que tenga razón Don Guillermo.
Así veo las cosas, joven, no sé si tengo o no razón, no me preocupo por eso, trato de entender nuestra triste y miserable vida.
¿Usted es infeliz Don Guillermo?
¡Qué cosas dices muchacho!
Percibo amargura en sus palabras, como resentimiento, odio, dolor.
Nada de eso, no sé qué es la infelicidad, también fui un niño a espaldas de la madre a las cinco de la mañana, al llegar a los cinco ella enfermó, no se volvió a la levantar, mi padre no duró mucho, la vida desde mi infancia es trabajar, no sé hacer otra cosa, ahora que soy viejo, gano para pasarla, como dicen.
¿No tuvo escuela en su infancia?
Eso es de hace unos años para acá, antes la única escuela era trabajar la tierra, cortar el tomate, cargarlo y llevarlo al empaque. Después se decía que iban a meter escuelas en los campos y centros de salud como requisito por las nuevas medidas, según, puros chamacos como usted llegan, estudiantes, experimentan con nosotros, además, saber leer y contar no nos saca de este lugar.
La educación es la puerta que nos abre el mundo de la cultura y la civilización, se aprende de otros lugares, las formas de vida, tradiciones, comunicación.
Puede que tengas razón, muchacho, ya estoy viejo para entender nuevas ideas, espero dures en este campo agrícola, los que llegan no pasan el mes y renuncian, ¿por qué?, no lo sé, la suciedad, las lenguas, lo que somos, a lo mejor se avergüenzan de nuestras vidas o se espantan de nuestras muertes, he escuchado que se enojan porque no le entienden los niños, se desesperan porque el español es como una piedra, no aguantan.
No será mi caso, ya verá, yo sí resistiré, cumpliré mi misión de enseñar a estos niños huérfanos de educación, necesitados de alfabetización.
Esperemos que sí muchacho, tienen toda la vida para aprenderlo, aquí nacieron y crecerán, retornarán cada tanto, así me pasó, tarde décadas en aprender, pero ya sé un poquito, me defiendo, aunque no entiendo ese mundo, hablan mucho, prometen mucho, cumplen poco, a veces no cumplen nada, no entiendo, de verdad, mucha fantasía, mucha mentira, como que sí y luego como que no, van y vienen, no entiendo.
Tampoco entiendo el mundo de ustedes, son tercos, cerrados, no miran hacia el futuro.
¿Tú ves el futuro muchacho?, ¿cómo lo ves?, ¿qué hay ahí?, ¿cómo somos en él?, ¿cómo eres tú?, ¿sigues estando con nosotros?
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Bello relato, cruel, triste, desbordante de realidad..