Uno es lo que lee, dicen los promotores de lectura, en parte tienen razón, hay lectores para todo; lectores de imágenes, lectores de videos, lectores de palabras, sea en dispositivos móviles, revistas, comics, periódicos, mensajes, y por supuesto, los libros.
En el café se suelen leer desde muy temprano los periódicos, hasta las secciones marcan una diferencia social de clase, aunque ya no se habla de eso, “que no somos iguales, dice la gente”, ahhh, ¡cuánta verdad tenía José Alfredo Jiménez ahí nomás tras lomita, mirando el mundo, sintiéndolo.
Un periódico se dirige a distintos lectores; la sección policiaca acapara la primera plana, con encabezados con impacto en la psicología popular, las conversaciones en los trabajos se van desplegando los dibujos más extravagantes sobre los occisos con una conclusión ya hecha con anticipación; por algo le pasó, andaba mal.
Con esas palabras se escamotea la realidad, llevar a cabo investigaciones para aclarar los hechos, las divagaciones entorno al acontecimiento conllevan a justificar lo sucedido.
Del encabezado, como primicia a encontrar más datos en el apartado policiaco, otra del gusto de popular es la deportiva, revisar los resultados de los juegos de fin de semana, los contratos o rupturas con los equipos; en estas preferencias tienen su privilegio la sección social, aquí la crema y nata de la ciudad se muestran a toda la sociedad con sus viajes al extranjero, las bodas rimbombantes, celebraciones de cualquier tipo, dando señales de la gente bien, las buenas conciencias.
En el café esas secciones se hacen a un lado, al lector Culichi, sin menoscabar a las lectoras, las inclinaciones se centran en lo cultural y opiniones; en el primero de los casos, las sugerencias de los escritores, alguna pista para entender las recientes publicaciones de las novelas regionales, el éxito comercial de las obras de teatro o la culminación de la Feria Internacional del Libro; en el segundo, qué se dice de la situación del país, de mesa en mesase escucharán las conclusiones más profundas, sustentadas con las diversas teorías de la sociología, la política y la economía política.
No es sarcasmo si se adhiere a la capacidad de análisis en el café, la ausencia de propuestas, ¿paradoja? No, en estos espacios se construye y destruye el mundo en un santiamén, se critica todo de manera minuciosa, desde los factores locales hasta los internacionales, aquellos elementos que inciden para que los acontecimientos sucedan de una manera y no de otra.
Estos lectores de la vida nacional, pasan del café a la jerga en un pestañeo, con la gran diferencia; por la mañana analizan y discuten la realidad, por la noche diseñan las utopías más extravagantes, ridículas, fuera de toda lógica, o todavía peor, avalar las propuestas por otros, no, las utopías de Tomás Moro son ideas del pasado, el nuevo paradigma de la política moderna es el Estado del bienestar, con sus vasos comunicantes, tales como el Banco del bienestar, Salud del bienestar, parque del bienestar, por una educación del bienestar, desde luego, humanismo del bienestar.
De las discusiones de café, con cierta armonía, se pasa a las discusiones en bares y cantinas, el acaloramiento no pocas veces lleva a los golpes, porque la verdad merece disputarse, la ausencia de ideas la suplen los puños.
Por allá rueda el señor Platón, por acá Keynes, a Ricardo le abren la frente con una silla de madera, Milton Friedman y sus compinches rompen las reglas de los pleitos, chacos para apabullar a sus contrincantes, Don Carlitos Marx esquiva una y otra vez los golpes que le llegan de todos lados, Bakunin se pone al lado para resistir los embates de la aristocracia del barrio, al pobre de Aristóteles le hacen trizas la cabeza (la herramienta principal) con una botella, Nietzsche esconde el superhombre debajo de una mesa, el viejo Smith deja que la mano invisible del mercado actúe en la trifulca, con su bastón le mete zancadillas a Keynes por hacer ajustes a su planteamiento; en uno de los rincones Einstein descifra el juego de dados de los Dioses con la posible relatividad del átomo al poder ser una cosa u otra; Stalin le da una puñalada por la espalda a Trotsky, éste le jala del bigote, el objeto más preciado del primero; Mao desobedece a Lenin tomando su propio camino, y Doña Rosa Luxemburgo le tira de la orejas a los dos por no abrirse a los demás, así el mundo, en pleito constante por la razón, la verdad y los factores del cambio o conservación, el señor poeta observa pasando una botella de cerveza tras otra, Bukowski se ríe de manera estridente, soltando un… ¡mierda, qué buen espectáculo!.
Eso eran estos debates interminables, un festín nocturno donde las diferencias se fundían en un abrazo etílico en nombre de la buena cerveza. El Guayabo es uno de los lugares anfitriones de esta culminación de los tiempos mucho antes de las sentencias histriónicas de Fukuyama. Otro espacio donde la poesía se fundía con los exabruptos políticos era el bar San Telmo; el problema del artista, bueno, los supuestos artistas, porque con la jarra en la mano cualquiera se dice filósofo, cantor o poeta.
En esos lugares florea la cultura en cada poro o caricia o abrazo o beso o lo que sea, las citas se vuelven interminables, las tesis más exhaustivas, los conceptos inigualables en profundidad, las frases admiradas por algún Shakespeare, tan ingeniosas como la filosofía de tocador del Marqués de Sade o los versos del Capitán de Pablo Neruda.
No faltaban, en la primera tanda, cuando la garganta con un fino vino tinto calentaba las cuerdas, los trabajadores del gobierno se colocaban en puntos estratégicos, los tipos de cultura en la cercanía del baño, por si acaso se requería. A medida que el reloj avanzaba, ambas clases de especímenes se acercaban y terminaban en la madrugada en la misma mesa pidiendo canciones de Joaquín Sabina, el trovador que más se acercaban a estos bohemios de afición y profesión; literatura, música, orgías, excesos y borracheras.
Desde luego, la literatura se dejaba de lado, quedando sólo los excesos extendidos en los fragmentos del cristal de la mesa o el lavabo del baño, las venas transitaban las burbujas de las cervezas en lugar de la sangre, ese estado transitorio provocaba los lapsos del descontrol, terminabas durmiendo donde menos te lo imaginas, sin descartar el hotel de mala muerte, la banca de la Rosales, o en el mejor de los casos en barandillas.