Por Diego Angulo
La senadora del PAN, Lily Téllez, escribió ayer en su red social X al magnate Elon Musk (en inglés, claro): “Señor Elon Musk, por favor ayude a difundir la noticia en los Estados Unidos. Millones de nosotros en México queremos liberarnos del narcoestado. Queremos que los cárteles y sus aliados sean combatidos como terroristas”. Estados Unidos como “salvador” es una idea abrazada por otros líderes de la oposición, pero también periodistas, intelectuales y una parte de la sociedad mexicana, no solo por una realidad concreta expresada en la violencia, sino por una estrategia cultural emprendida por Estados Unidos que ha tenido impacto en parte de la opinión pública del país.
En muchos países periféricos en la actualidad existe una mayor predisposición en el mundo de hablar de Estados Unidos como una potencia imperial “benévola”. Se presenta la expansión de este imperio como un requisito necesario para la “expansión de la libertad”, ayudando a justificar su intervencionismo global. Esta narrativa no es nueva, pero ha adquirido una renovada fuerza en el discurso político e intelectual de ciertos sectores de la sociedad en el mundo; por poner un ejemplo, una parte de la sociedad de Ucrania piensa igual que Lily Téllez.
¿Cómo logró esto EUA? Por un lado, con todo su poder ideológico reproducido por Hollywood, Amazon y Netflix; la ayuda de los principales generadores de noticias y opinión pública mundial como New York Times, Washington Post y CNN; y el apoyo de los algoritmos del mayor conglomerado de redes sociales, Meta (Facebook, Instagram, Google) y X (Musk). Pero por otro, comprando conciencias. Por ejemplo, hoy que Musk anunció la desaparición de USAID, Reporteros sin Fronteras reveló que 707 medios de comunicación, 6,200 periodistas y 279 organizaciones dejarían de recibir casi 300 millones de dólares.
Sin embargo, no es suficiente controlar el aparato ideológico, sino tener un buen pretexto para convencer a tus propios ciudadanos. Durante la Guerra Fría, la política exterior de Estados Unidos se justificaba como una “postura defensiva” contra la expansión del comunismo, pero la derrota de los “come niños” en 1991 fue necesario encontrar nuevos discursos legitimadores, casus belli, que ayudaran a justificar la intervención en distintos contextos políticos.
En lugar del gran estandarte ideológico de la Guerra Fría, la “defensa del mundo libre”, han emergido seis banderas ideológicas al servicio de los intereses imperiales de Estados Unidos, según el internacionalista indio Achin Vanaik: la guerra global contra el terrorismo (Afganistán, Yemen, etc.), las armas de destrucción masiva (Irak, Irán), los Estados fallidos (Somalia, Sudán), las intervenciones humanitarias (ex Yugoslavia y Ruanda), el cambio de régimen en nombre de la democracia (Primavera Árabe). Finalmente, la guerra contra las drogas ha servido como un pilar de la política exterior estadounidense, justificando la militarización en América Latina.
Históricamente, Estados Unidos ha preferido abordar el problema de las drogas desde un enfoque basado en la oferta, culpando a los países productores en lugar de reconocer la responsabilidad de la demanda interna. Esto ha permitido criminalizar gobiernos y movimientos políticos en América Latina, justificando intervenciones como la invasión de Panamá en 1989, el Plan Colombia y las supuestas asociaciones con narcos de presidentes de izquierda en Ecuador, Bolivia y Venezuela en las últimas décadas.
A pesar de que estas estrategias han fracasado en reducir el comercio y consumo de drogas hacia el país del norte, han servido para otros fines políticos, como el combate a insurgencias de izquierda y el fortalecimiento de regímenes afines a Washington. El caso de Colombia, donde se utilizó la “guerra contra las drogas” para atacar a grupos insurgentes etiquetados como “narcoguerrillas”, es un claro ejemplo de cómo esta estrategia se ha instrumentalizado con fines geopolíticos.
Ahora, en México, ha trasmutado de “narcoguerrillas” a “narcoestado” con diferente lenguaje, pero con las mismas intenciones; busca socavar el único gobierno de izquierda en el continente con fortaleza. No es casual que el mismo día, en tres medios internacionales distintos (ProPublica, InSight Crime y Deutsche Welle), Anabel Hernández, Tim Golden y Steven Dudley, por filtraciones de la DEA, informaron que Andrés Manuel López Obrador había sido financiado por el Cártel de Sinaloa. Esta trama se replicó creando el hashtag #Narcopresidente y manteniéndolo como trending topic con granjas de bots en Argentina, España, Colombia y Estados Unidos; en un solo mes gastaron 985 millones de pesos. Esta campaña transmutó a #Narcocandidata, #Narcopresidenta y #Narcogobernador para el caso de Rubén Rocha durante todo el 2024 y 2025.
¿A poco creen que es casualidad el nombramiento de los cárteles de México y Venezuela como “narcoterroristas”? ¿Por qué no lo hicieron en tiempos de Calderón y Peña? Es una campaña contra la izquierda, es su casus belli.
Esperemos que el benévolo Tío Sam no nos quite la mitad del territorio.
Posdata: México vive una escalada de violencia por el narco, pero eso no justifica la entrada de Estados Unidos al país, más si no colabora en la disminución del consumo, el combate del blanqueo de capitales y el tráfico de armas.