Por: Michelle Campoy
De todos los templos donde se veneran dioses y personas, el cuerpo es el más sagrado y, al mismo tiempo, el más ultrajado. ¿Será que la conciencia de uno mismo solo abarca las cuestiones de la mente y no las del cuerpo? Esta aparente “división” entre cuerpo y mente ha sido el trasfondo de mucha de la filosofía que aún hoy seguimos reflexionando.
Desde Platón, con su idea del cuerpo como cárcel del alma, hasta Nietzsche, con su énfasis en la vitalidad creativa del cuerpo, los filósofos, a lo largo de los siglos, han debatido sobre si el cuerpo es la morada del alma, si es el alma la que anima (da vida) al organismo o si ambos forman un todo armónico e indivisible.
En contraste, en el contexto contemporáneo, la relación con el cuerpo ha sido apropiada y deformada por narrativas mediáticas y comerciales. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (2020) señala que la mayor causa de defunción del mundo es la cardiopatía isquémica (infartos), responsable del 16% del total de muertes en el mundo. Para que ocurra una cardiopatía isquémica se requiere de múltiples factores como la genética familiar, pero, sobre todo, el estilo de vida que se mantenga.
● Permanecer inactivo durante largas jornadas al día
● Dormir poco o un descanso sin calidad
● Fumar o estar expuesto (a) a humo
● Estrés
● Mala alimentación (grasas saturadas, harinas refinadas, azúcares etc.).
Aumentan el riesgo de enfermedades del corazón.
El portal Statista en su último informe del 2020, señala que EUA y México son los países con más muertes por enfermedades isquémicas del corazón:
Los que han sido residentes de alguno de esos dos países sabe que no sólo las
condiciones alimenticias juegan un papel importante en las defunciones por enfermedades isquémicas del corazón. La manipulación, el sometimiento, la explotación y aniquilación de cuerpos son otras formas directas que existen de dominación, especialmente en México.
El IMDHD en su informe del 2024 contabiliza que en México han desaparecido de manera forzada 107, 327 personas con corte al 16 de mayo. Cada año desde el 2022 la cifra de personas desaparecidas ha incrementado exponencialmente:
A medida que las cifras de desapariciones forzadas en México continúan
aumentando, es importante reflexionar sobre el cuerpo como un objeto de control y
violencia. Michel Foucault, en sus análisis sobre el poder, señala que la vigilancia y
el castigo se han convertido en mecanismos esenciales de dominación en las
sociedades modernas. Sin embargo, en el contexto mexicano, estos mecanismos
trascienden al simple control burlando toda clase de sistema regulatorio. El cuerpo
no sólo es vigilado, modificado y comercializado; es borrado del espacio público,
desaparecido en un acto de poder que trasciende la mera aniquilación física. Aquí,
la desaparición forzada es la máxima expresión del sometimiento del cuerpo,
convirtiéndolo en un no-ser, un sujeto cosificado y desvalorizado que puede ser
desvanecido a voluntad de quien recibe un tipo de poder y protección superior a la
ley.
La desaparición forzada opera como un instrumento de asfixia no sólo sobre las
víctimas directas, sino también sobre las comunidades de tipo rurales o de bajos
recursos. Se convierte en una herramienta de terror y de imposición, donde la
incertidumbre y el duelo perpetuo actúan como formas de control emocional, social y
económico. Las familias de los desaparecidos quedan atrapadas en un ciclo de
búsqueda infinita, un castigo que no termina porque el cuerpo nunca es recuperado,
o en otros escenarios menos consolables, se recuperan sólo algunas partes de
ellos. La desesperación y la duda se convierten en un estado de vida, donde el
tiempo se congela y la justicia parece inalcanzable.
Sumado a estos hechos relativamente concretos y comprobables, hay dos
situaciones que en lo personal me preocupan más; La normalización de la
violencia y la parálisis jurídica que abonan a que la desaparición forzada no se
atienda estructuralmente.
La desaparición forzada no es simplemente una tragedia individual, sino un síntoma
de una falla sistémica profunda. El sistema de justicia, incapaz de proteger a sus
ciudadanos, se convierte en un aparato más de opresión, donde la violencia se
institucionaliza y las vidas desaparecidas dejan de importar en el tejido social. Como
afirmaba Foucault, “la muerte está en el centro del poder”, y en México, esa muerte
no es el fin natural de la vida, sino una herramienta de control político y social.
La mercadotecnia y sus cánones estéticos son otro tipo de muerte silenciosa, a
diferencia de la desaparición forzada o las defunciones por infartos, la modificación
de los cuerpos y el acotamiento de la calidad de vida son otra forma de morir
lentamente.
A diferencia de nuestro país vecino (EUA) que registró durante el 2022 107,941
muertes por sobredosis (observe que las muertes por sobredosis de EUA y nuestras
desapariciones forzadas son relativamente equiparables).
En México durante el año 2021 se registraron 3631 muertes relacionadas
directamente con el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, que representan
una tasa de 2.8 por cada cien mil habitantes, según el Observatorio Mexicano de
Salud Mental y Adicciones (2023).
Al respecto le sugiero al lector que si está interesado en el tema lea el artículo EL
CONCEPTO DE MUERTE NATURAL HOY, ENTRE LA FUTILIDAD Y LA NECESIDAD ÉTICA. UN CONCEPTO PARA EL SIGLO XXI de CARMEN MASSÉ GARCÍA.
Asimismo, se analice la siguiente tabla proporcionada por el INEGI (2022), donde
prácticamente el 90.0 % de las muertes (757 402) se debió a enfermedades y
problemas relacionados con la salud. Las relacionadas con causas externas
(accidentes o hechos violentos) correspondieron a 10.0 % (83 916).
“La naturalidad de la muerte pretendía ser una suerte de frontera ética frente a cualquier forma de violencia, injusticia, tecnificación excesiva o intromisión de la voluntad humana. Hoy, muchos de esos aspectos quedan desdibujados en un contexto tan poco natural como es el hospitalario. Además, también el ámbito forense ha encontrado serias dificultades para excluir cualquier intervención humana, voluntaria o involuntaria en buena parte de las muertes, puesto que poco hay ya de natural en aquello que respiramos, comemos o bebemos”. Massé (2022).