Por Profe Cruz Antonio González
“El problema es que la política y en gran parte de la intelligentsia todavía no han comprendido el alcance del problema” U. Eco
Umberto Eco escribió un libro donde recopila publicaciones periodísticas de distintas épocas con una chispa desconcertante para el lector acostumbrado a lo serio, donde se asoma una anticipación de los tiempos violentos que vivimos sobre las sociedades líquidas, la crisis arrastra problemas de identidad, ideologías, partidos políticos, y desde luego el Estado, plantea una pregunta interesante, ¿qué libertad de decisión conservan los estados nacionales frente al poder de las entidades supranacionales?
Contextualizando la pregunta a nuestro país, ¿qué libertad de decisión tiene quien gobierna México en el tema de la seguridad nacional en relación a la geopolítica en el mundo abiertas por la derrota estratégica del imperio en Ucrania?
La violencia como instrumento de dominación, pero también de usurpación territorial se va asentando cada vez más como política en las relaciones internacionales. Y esa violencia es la que se impone como mecanismo institucional, así como fuera de las instituciones por grupos que constituyen sus formas de operar y vincularse.
Ante la apremiante ola expansiva de la violencia en Sinaloa, muchas son las voces que inunda las columnas periodísticas, y más todavía quienes emiten juicios aprobando o desaprobando desde la perspectiva desde donde observa el caos social a las autoridades estatales.
Recién se realizaron dos marchas en Culiacán, y las plataformas se enconaron entre quienes perciben en el gobernador una pieza desgastada con la incapacidad, de solucionar el problema de la inseguridad. Su comunicación con la sociedad se ha roto para construir junto con sus asesores y equipo de gobierno una metáfora de la realidad que no coincide con lo que viven cientos de miles de sinaloenses.
En esta disyuntiva social se dan las disputas narrativas entre quienes centran el malestar en el personaje y quienes por razones políticas lo respaldan. Entre ambas posiciones se carece de un análisis del contexto histórico, lo que no significa que se carezca de razón o legitimidad; las primeras basadas en el hartazgo e impotencia de un ambiente donde el gobierno estatal no garantiza la paz social; las segundas, en defensa de las posiciones políticas alcanzadas en los comicios del 2001.
La carencia del análisis de nuestra sociedad híbrida descarta elementos que permitan comprender lo que sucede; tanto el hartazgo social como el fracaso del ejecutivo estatal en el tema de la seguridad, y digo fracaso porque no cesan las desapariciones y asesinatos.
Entre los pocos analistas que se han interesado por profundizar para entender lo que está pasando, y cómo se podrá salir de esta situación de violencia extrema, se encuentra Ismael Bojórquez, una de las voces que pone sobre la mesa de discusión los distintos tentáculos de este monstruo que nos devora día con día.
Ha sido en el semanario Río Doce donde se ha dado apertura de información para saber o intentar saber lo que sucede en Culiacán y otros municipios de Sinaloa. Omar Garfias propone un diálogo público entre autoridades y ciudadanía con la intención de reconstruir el pacto social roto. Aquí entramos en uno de los entramados del problema, de qué manera de reconstruirá ese pacto social, con quiénes, la impotencia de los manifestantes los ha llevado a las calles o los vidrios rotos, las pintas en las paredes y el grito unánime conocido; en cambio, para las autoridades no pasa nada, todo está bajo control, actos aislados.
Garfias se va a las estadísticas, destaca el aumento del miedo en ciudad de Culiacán, repuntando de un 61.9% al inicio de la administración al 90.6% en este mes de enero. En su texto resalta otro elemento, esta sociedad herida demanda que la autoridad le explique lo que está sucediendo, sobre todo, cómo y cuando lo va a resolver.
Aquí entramos a otra dimensión del problema, la autoridad estatal no sólo no sabe explicar lo que está sucediendo (las torpezas comunicativas de Rocha son el signo distintivo de su gestión), tampoco lo entiende, su equipo de gobierno ha sido superado por las circunstancias. Si no lo entiende el problema tampoco lo puede solucionar.
Llegamos al tramo de la incapacidad de esta administración para garantizar la paz a la sociedad, si bien es cierto hay muchos problemas, el de la seguridad es el más urgente, y es el que no puede garantizar.
El ¡fuera Rocha! sintetiza la inoperancia de una administración reducida a contestar los cuestionamientos con justificaciones y aferrarse al timón del barco que cada vez se hunde más. La reconstrucción del pacto social es imposible bajo la administración de Rocha Moya, sus acólitos, todos ellos funcionarios, políticos, legisladores locales, líderes del partido oficial, oradores de una izquierda claudicante, académicos a modo y moda, comunicadores que sólo repiten el discurso del poder, carecen de apertura, sensibilidad, honestidad y sentido de pertenencia.
Cierro la idea de Garfias con lo siguiente sentencia: Han faltado oídos y sobrados bocas que insultan. En efecto, han sobrado bocas desde la administración que intentan demeritar las marchas ciudadanas, minimizando en el número de participantes, las consignas desplegadas y la petición principal de ¡fuera Rocha!
No han sabido ver más allá de los números las historias de dolor y hartazgo que cada uno encierra, historias de desaparecidos, de asesinatos, robos y un ambiente donde la paz cada vez se ve más lejana de alcanzar. Son las historias las que cuentas, son las historias a las que han faltado oídos.
El escritor del mismo semanario, Andrés Villarreal expone desde otro enfoque lo dicho por Garfias, aludiendo a la violencia extrema en la que se vive. Si el asesinato de una familia de esta manera, si el crimen de dos niños de primaria y secundaria no cimbra Culiacán, entonces no lo moverá nada.
Quiere decir, retomando a Villarreal que se ha llegado a un punto nodal de la situación, algo así como un no retorno, la ciudad de Culiacán llegó al grado de no soportar más la situación, ya no hay más prórroga ni tiempo de espera, se agotó la confianza que había sobre los hombros de Rocha Moya, y vaya que fue bastante, desde el montaje de la fiscalía estatal en el asesinato del exrector de la Universidad, la sociedad no puede disociar la mentira de la persona de Rocha.
No hay un balance de ningún tipo ni una valoración crítica de los resultados, solo el juego de lo números, pero ellos no siempre coinciden con la realidad. El ya pacificamos Culiacán de García Harfuch hace eco en los noticieros de la capital como triunfo mediático, mientras las calles de la ciudad se llenan de cenotafios. Aquí no importa el clamor de la sociedad, las peticiones, anhelos, el control político está por encima del pueblo bueno y sabio.
El artículo de Ismael Bojórquez es mucho más profundo, plantea que desde tiempo atrás se viene dando un vínculo en distintos niveles entre el gobierno, la sociedad y el narcotráfico. Bojórquez no duda en denominar como guerra los padecimientos de Culiacán, y señala al gobierno como el primer responsable de garantizar la seguridad de los ciudadanos.
Las sociedades híbridas se caracterizan por la descomposición o inoperancias del Estado como ente conformado por una estructura institucional que responde al desarrollo económico. Por ello (dice Bojórquez) el foco de la propuesta, la ira y el hartazgo de la sociedad está puesto en quienes representan hoy al Estado.
Uno de los errores típicos de los gobiernos de Morena en todos los niveles es la ausencia de autocrítica, se heredó la forma de hacer política destacando el autoelogio, el influyentismo, el padrinazgo a lo Vito Corleone, y claro con el manto de lo histórico, lo inusitado, pues bien, en sus gestiones los niveles de violación de los derechos humanos han sido históricos. Desde sus perspectivas los problemas los ocasionan otros, las marchas son politizadas, hay injerencias de la oposición, qué no gritaron a los cuatro vientos que no existía la oposición, ahora que la sociedad sale a las calles, casualmente, revive la oposición.
En lugar de descalificar, Bojórquez intenta armar las piezas del rompecabezas sinaloense; del narco hace una radiografía de las mutaciones sufridas en los últimos tiempos, señalando las administraciones de Peña Nieto y Amlo como los periodos donde se conformaron verdaderos ejércitos y ahora todos estamos pagando las consecuencias.
Lo anterior pone en la palestra la complicidad de los gobiernos, o si se prefiere, la falta de atención al problema. También cuestiona a la sociedad por subirse al engañoso carro de la abundancia, el dinero fácil, negocios, grandes y pequeños, bajo la sombra del narco.
La crítica abarca a la familia: padres de familia permisivos con hijos que sabían que andaban chuecos y que han terminado en el asfalto después de prestar sus servicios con un radio y una moto; jóvenes que se creían de acero porque les daban un fusil que apenas podían cargar y que ahora son parte de la estadística de homicidios, levantados y desaparecidos.
El anterior párrafo nos invita a reflexionar como sociedad, ¿qué hemos dejado de hacer como madres y padres de familia con nuestros hijos?, ¿hasta dónde la escuela puede contribuir en fortalecer los lazos y proyectar hacia otros escenarios la perspectivas y anhelos de la juventud?
Sin duda los tres documentos abonan mucho en comprender el escenario de violencia que se padece en Sinaloa. Coinciden en un punto central, la crisis del Estado mexicano, aquí volvemos a la explicación que daba Umberto Eco: Desaparece una entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver de una forma homogénea los distintos problemas de nuestro tiempo, y con su crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías, y por lo tanto de los partidos, y en general de toda la apelación de una comunidad de valores que permitían al individuo sentirse parte de algo que interpretaba sus necesidades.
La crisis social de Sinaloa y México es una crisis del Estado, lo fácil es repartir culpas hacia un lado y otro, sin entender que el problema está más allá de las filias y fobias y las posiciones de derecha e izquierda. Amlo nos condujo con su narrativa maniqueísta al Siglo XIX, casi doscientos años atrás de nuestra realidad; Claudia todavía no sabe si parodiar a Amlo o encontrar su propio estilo.
Mientras se busque un lenguaje que aglutine de cara a las próximas elecciones es suficiente para la clase política y gobernante, en el intento de maquillar la crisis del Estado, en posponer su debate, su análisis. La solución a la paz de Culiacán y todo Sinaloa dependerá de solucionar la crisis del Estado, ¿hay alguna solución? Eco se responde: Todavía no lo sabemos.