De niño a verdugo, el nuevo rostro del narcotráfico

Por: Michelle Campoy

Ricardo Torres Urias: El modelo aspiracional de una generación sin valores

Ricardo Torres Urias, un joven de apenas 19 años, no era un simple halcón ni un sicario raso; era jefe de operaciones de Los Chapitos en Culiacán. Su detención el 30 de enero de 2025 conmocionó a la opinión pública, no solo por su rango dentro del crimen organizado, sino por lo que encontraron en su teléfono: videos donde torturaba a una persona.

Capturado tras una persecución con fuerzas de seguridad, Ricardo llevaba consigo un arsenal de armas de alto calibre, uniformes tácticos y una cantidad importante de drogas. Su imagen, un joven con escaso bigote y una mirada que reflejaba miedo. ¿A qué le temía si se le vio bastante decidido a burlar la justicia, a hacer valer su poder sobre otras personas? Su miedo, quizás, recaiga en la imposibilidad que tendrá por algunos años de volver a delinquir y saborear el fantasioso poder que otorga pertenecer al crimen organizado. Pero ¿Y sus padres?

La Realidad de los Números: Estadísticas que No Mienten

El caso de Ricardo no es un hecho aislado. Entre 2018 y septiembre de 2024, el Ejército detuvo a 274 menores de edad en Sinaloa con armas de fuego. A nivel nacional, la cifra asciende a 2,424 menores (DEFENSA 2024).

Los enfrentamientos entre los grupos criminales de Los Mayos y Los Chapitos han convertido a los jóvenes en carne de cañón. Solo en el estado de Sinaloa, la guerra interna del Cártel ha resultado en la detención de más de 550 personas, muchas de ellas menores de 25 años.

Las historias se repiten. El 25 de enero, Erick Alberto, Carlos y Cristian, todos menores de 25 años, fueron arrestados con cuatro armas largas, tres cortas y una granada de mano. Días después, otro joven de apenas 20 años, utilizando una muleta, fue detenido con chalecos antibalas y ponchallantas. La normalización de este estilo de vida entre los jóvenes es evidente.

Los homicidios también han cobrado la vida de numerosos jóvenes. El 29 de octubre de 2024, un menor de 16 años fue asesinado en su domicilio en el fraccionamiento Santa Fe. El 2 de enero de 2025, Sebastián Alexander, de entre 18 y 22 años, fue encontrado sin vida en el fraccionamiento Prados del Sur. El 14 de diciembre de 2024, Luis Alberto y Vicente Ezequiel, ambos de 25 años, fueron asesinados mientras se desplazaban en una motocicleta en la colonia Miguel Hidalgo. Estos son solo algunos ejemplos de una lista que desafortunadamente continúa creciendo. (RIODOCE, 2025)

La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) reporta que en 2024 hubo 25 desapariciones diarias de personas menores de 18 años en México y que por lo menos 30 mil menores participan en la delincuencia organizada, en actividades que van desde la extorsión, el tráfico de personas y el narcotráfico.

¿Y los padres de los detenidos y asesinados antes de sus fatídicos desenlaces dónde estaban?

El Estado y la Sociedad: La Raíz del Problema

La situación en México es el reflejo de un problema estructural. El modelo político más extendido sostiene que el Estado se compone de tres elementos fundamentales: territorio, gobierno y sociedad. Sin embargo, mientras que los dos primeros pueden sostenerse por medios burocráticos y administrativos, el tercero—la sociedad—es un tejido vivo que depende de la formación de sus individuos. Cuando la sociedad se fragmenta, el Estado se debilita, y esa fractura comienza en la base misma de su estructura: la familia.


Cornelius Castoriadis, en su crítica al imaginario social, argumenta que la sociedad no es un ente abstracto, sino una red de significados que se transmiten y transforman a lo largo del tiempo. En este sentido, el crimen organizado ha logrado imponer un nuevo modelo aspiracional que seduce a la juventud, mientras que la educación y la crianza formal han fracasado. La familia ha sido reducida a un esquema en el que los padres cumplen únicamente un rol funcional: proveer económicamente o restringir conductas, pero sin generar un sentido real de comunidad ni ofrecer herramientas para la autodeterminación.


Paulo Freire nos advierte en su Pedagogía del Oprimido que la educación no puede ser un acto pasivo ni impuesto desde la autoridad sin generar resistencia. Una educación basada en la mera prohibición, en la criminalización de la juventud o en discursos vacíos sobre “el buen camino” carece de la capacidad de transformar la realidad de los jóvenes, pues no los involucra en su propio proceso de aprendizaje ni atiende las necesidades modernas. La pedagogía bancaria, en la que los conocimientos se depositan de manera unidireccional, sin diálogo, sólo propicia la desconexión entre la enseñanza, la vida y los valores.


Es necesaria una pedagogía crítica que les permita cuestionar el entorno, un modelo competitivo con otras formas “educativas” que haga comprender a la niñez las estructuras de poder que los rodean, las consecuencias de burlar a la justicia y las opciones sanas de recreación que existen.


Sin un cambio en la forma en cómo concebimos la educación y la formación de valores en el núcleo familiar, la sociedad seguirá produciendo generaciones que, lejos de encontrar oportunidades de desarrollo legítimas, se verán atrapadas en las mismas estructuras de violencia, buscando reconocimiento y poder en el único modelo que les ofrece una identidad libre y fuerte: el crimen organizado.

 

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