Por: Erick Calderón
Bereshit bara Elohim et hashamayim ve’et haaretz
Para lograr una comprensión más plena de los conflictos en curso en el Medio Oriente, es imperativo sumergirse en una compleja trama histórica que abarca aspectos culturales, étnicos, antropológicos, lingüísticos y religiosos que están profundamente relacionados entre sí. Esta inmersión es esencial, ya que es insuficiente y poco apropiado abordar esta situación con ligereza o tomar partido de manera precipitada, como si se tratara de un simple juego de fútbol o una cuestión de preferencias personales; como cuál es nuestro color favorito o la elección de nuestra marca predilecta de automóviles. En lugar de caer en sesgos y prejuicios, la verdadera comprensión requiere un enfoque metódico que nos permita explorar con detalle las profundas raíces que se han gestado a lo largo de milenios y que han dado forma al actual y complejo escenario.
En ese sentido, debemos partir de la idea de que un análisis más minucioso nos permitirá, en el mejor de los casos, ver que la toma de una postura informada es esencial, ya que al conocer a fondo el contexto, estamos mejor preparados para entender la complejidad de la región y sus conflictos, lo que a su vez, nos capacita para tomar decisiones más precisas y contribuir de manera significativa a la resolución de problemas en lugar de agravarlos. Asimismo, este texto es un llamado a la reflexión, a adoptar una postura basada en el entendimiento y en el rechazo a la insensatez, a reconocer que la solución a estos conflictos sólo puede surgir de un profundo conocimiento de sus raíces históricas y de su conexión con las dinámicas de poder contemporáneas.
Por lo tanto, en este contexto, es fundamental estudiar y desenredar el mundo de las religiones ‘abrahámicas’, a saber: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Estas tres son algunas de las principales religiones del mundo, y todas comparten raíces en una tradición común que entrelaza mitología e historia. Estas tradiciones religiosas tienen su origen en la misma tierra que ha sido testigo de innumerables conflictos y tensiones a lo largo del devenir. Por ello, en esta compleja narrativa, es esencial comenzar explorando el pueblo que dio origen al judaísmo, una de las religiones más antiguas y significativas de la humanidad en muchos aspectos, ya que es el canon de las creencias que derivan en las otras dos religiones.
Para comprender el origen de esta religión, hay que conocer un poco sobre el padre fundador de la misma, es decir: Abraham. Este profeta, también es ubicado por el cristianismo y por el islam, conocido como Ibrahim por este último. Su origen está vinculado a la antigua ciudad asiria de Ur, en el actual Irak y su vida está narrada en el Génesis bíblico. En esta historia, nos cuentan la historia de cómo Dios, aquí identificado como ‘Ēl’, se le revela a este habitante de la antigua mesopotamia y le dice: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande.” Génesis 1.2. La tierra que le mostró es la actual Palestina, identificada en aquél entonces como Canaán y quienes la habitaban ya en aquel entonces eran conocidos como los ‘Cananeos’, quienes serían los eternos enemigos de los judíos, sin embargo, también algunos piensan que estos (los judíos) son un pueblo asimilado por los primeros y por lo tanto en parte también ancestros del pueblo judío en la modernidad.
Según el relato bíblico, Abraham desempeñó un papel fundamental como ancestro tanto de los ismaelitas, a quienes sus descendientes consideran ser el pueblo árabe, como de los israelitas, es decir el pueblo hebreo. Los primeros venían de una relación extramarital de Abraham con una esclava egipcia llamada Hagar, ya que la esposa de Abraham, Sara, era estéril. Sin embargo, Dios en algún momento le concedió el milagro y logró concebir con Sara, del cual descienden supuestamente los israelitas, a través de su hijo Isaac y su nieto Jacob; este último posteriormente tuvo 12 hijos que a su vez dieron origen supuestamente a las doce tribus de Israel. Estas tribus, según la Biblia, al tiempo fueron esclavizadas por los Egipcios, y posteriormente liberadas por Moisés, hechos que se creen sucedieron hace aproximadamente 3,500 años. De estas tribus, los descendientes de Judá, Benjamín y Leví, quienes eran bisnietos de Abraham, se consideran como los antepasados del pueblo judío en concreto. A su vez, el linaje de Judá incluye figuras prominentes como el rey David y, desde la perspectiva cristiana, también Jesús de Nazaret.
En un contexto histórico, realmente no se puede saber con certeza si Abraham existió o no, por lo que, algunos historiadores de la religión, consideran que no es posible relacionar a Abraham con una época histórica específica, ya que, según la opinión general de los historiadores, la llamada ‘Era Patriarcal’, al igual que los relatos sobre el Éxodo y el período de los Jueces, se consideran construcciones literarias que se desarrollaron más tarde, y las investigaciones arqueológicas no proporcionan una confirmación definitiva de la historicidad de Abraham, en gran parte debido a que los eventos relatados en el libro del Génesis abarcan un período de tiempo considerablemente amplio e incierto. Sin embargo, se cree que la historia de Abraham probablemente fue compuesta muy posteriormente de cuando sucedió en la realidad bíblica, es decir, durante el período temprano del imperio Persa, alrededor del final del siglo VI a.C.
Por otro lado, la religión judía, con su creencia en un Dios único desde una perspectiva antropológica, se ha planteado como un producto del sincretismo entre diversas concepciones divinas de la región. En Canaán, se conocía a este Dios (el de los judíos) como ‘Ēl’, en Asiria había un Dios equivalente conocido como ‘Anu’, y entre los hebreos, se adoraba a ‘Yahweh’. Este último nombre se dice que fue revelado a Moisés en una visión según el relato del Éxodo. Sin embargo, ‘Yahweh’ se destaca específicamente como la deidad suprema en la fe judía y se identifica como el Dios padre de toda la humanidad. Castellanizado lo ubicamos como Yahvé o Jehová, el Dios bíblico, vaya.
Luego, el sucesor de Moisés, Josué, logró la conquista de Jericó y la derrota de los reinos cananeos, lo que condujo a la creación de dos reinos: el de Israel y el de Judá. Ambos bajo el liderazgo de monarcas hebreos, algunos de estos como David y Salomón son famosísimos en la historia, pues se cree que durante sus monarquías estos reinos florecieron. Por este motivo, vale la pena resaltar que estos acontecimiento ocurrieron hace aproximadamente 2,000 años antes del nacimiento de Mahoma y la fundación del Islam.En este contexto, la evidencia arqueológica respalda de manera concluyente la existencia de los reinos hebreos de Israel y Judá en la antigüedad. A través de excavaciones y hallazgos arqueológicos en sitios antiguos, se han descubierto numerosos vestigios que corroboran la presencia de estos reinos. Inscripciones y registros de fuentes externas mencionan a los reinos hebreos, proporcionando evidencia histórica adicional. Además, los asentamientos y ciudades de la época, junto con los artefactos descubiertos, revelan aspectos de la vida cotidiana, la cultura y las prácticas religiosas de los antiguos hebreos. La existencia de escritura hebrea antigua y documentos extrabíblicos complementan este conjunto de pruebas. En conjunto, sin duda esta evidencia arroja luz sobre la historia y la realidad de los reinos de Israel y Judá, lo que contribuye significativamente a nuestro conocimiento de esta parte importante de la historia del antiguo Oriente Próximo.
Posteriormente, estos reinos sufrieron la dominación de los imperios asirio y babilónico bajo el mando de los reyes Sargón y Nabucodonosor, respectivamente. Estos eventos desencadenaron lo que se conoce como la primera diáspora judía, un período en el que el pueblo judío comenzó su dispersión por todo el mundo. Durante este tiempo, los judíos escribieron textos religiosos que reflejaban sus creencias y su postura política frente a la opresión babilónica, que los sometió nuevamente a la esclavitud.
No obstante, la historia tomó un nuevo giro cuando los persas, bajo el liderazgo de Ciro II, liberaron a los judíos y les permitieron regresar a su tierra natal para reconstruir sus templos. Sin embargo, esta breve época de autonomía no duró mucho, ya que posteriormente fueron conquistados por los griegos y los romanos, marcando el fin de la administración judía en la región. Esto desencadenó una segunda diáspora judía y la difusión de su cultura e influencia a través del vasto imperio romano.
Posteriormente, los judíos desempeñaron un papel destacado como comerciantes en Europa y Asia, y durante el dominio árabe, después del siglo VII d.C., ocuparon posiciones de influencia, viviendo en relativa armonía durante siglos. No obstante, este período de tranquilidad llegó a su fin con la desintegración del Imperio Turco – Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial, cuando surgió la propuesta de establecer el Estado de Israel, con el respaldo de Gran Bretaña. Este momento puede considerarse como el inicio de las tensiones en la región y el punto de partida del conflicto étnico-religioso que ha enfrentado a pueblos que, en realidad, comparten profundas raíces históricas y culturales.
En el contexto actual, es necesario despejar dudas sobre los conceptos asociados a este conflicto y que involucran particularmente a los judíos. Para entender las diferencias entre estos términos, es esencial aclarar sus significados de la manera más precisa posible.
Un ‘judío’ es alguien que sigue el judaísmo, la religión, y su identidad puede estar arraigada en la religión, la cultura y la historia compartida. En contraste, un ‘israelí’ es un ciudadano o residente de Israel, un estado en el Medio Oriente con una población diversa que incluye varias religiones y etnias, no limitándose exclusivamente a judíos. Por otra parte el término ‘israelita’ se refiere a los descendientes de los antiguos israelitas, el pueblo anteriormente mencionado en la Biblia, mientras que ‘sionista’ se relaciona con el movimiento político que buscaba establecer un estado judío en la Tierra de Israel. El término ‘hebreo’ se emplea en contextos históricos y culturales, y puede hacer referencia a la lengua hebrea o la cultura hebrea. Finalmente, ‘semitas’ se refiere a un grupo étnico y lingüístico que incluye a árabes, judíos y otros pueblos del Medio Oriente, cuyos idiomas pertenecen a la familia semítica.
El término ‘sionista’ es particularmente de nuestro interés para entender este conflicto, ya que se refiere a una ideología política que busca que los judíos sigan el ejemplo de musulmanes y cristianos, que históricamente se han organizado en Estados para unir sus creencias y culturas, gestionar su administración y, sobre todo, garantizar su seguridad en respuesta a un acoso específico, que los hebreos han denominado ‘pogrom’. El sionismo surge como un esfuerzo para poner fin a los crímenes contra los judíos y asegurar su seguridad mediante la creación del Estado de Israel, que hoy en día está influenciado por una corriente sionista de orientación ultraconservadora, la idea es tener un lugar seguro para sufe y su cultura. En ese sentido es importante destacar que ser sionista no implica necesariamente ser hebreo, ser hebreo no implica ser judío, ser antisionista no implica ser antisemita y ser judío no implica ser hebreo, lo que refleja la complejidad y diversidad de estas identidades y creencias.
En tiempos modernos, y particularmente tras los atentados del 7 de Octubre, Israel se ha visto involucrado nuevamente en conflictos debido a un ataque terrorista perpetrado por el grupo Hamás. Esto ha desencadenado un encendido debate y controversia en torno a si la respuesta de Israel ha sido desproporcionada, sobre si el estado de Israel es legítimo, o sobre si este fue un acto de defensa de los palestinos de Gaza que han vivido en carne propia el despojo. La opinión pública se mantiene profundamente polarizada y en vilo ante esta cuestión. Sin embargo, persisten prejuicios y falta de claridad sobre la profunda relación que une a estos pueblos en diversos aspectos, lo que añade complejidad al escenario actual.
En este contexto, la pronta resolución de estos conflictos se torna imperativa. La comunidad internacional debe fomentar un enfoque fundamentado en la comprensión, el diálogo y la justicia como medios para alcanzar una paz duradera en el Medio Oriente. Este esfuerzo se convierte en una necesidad, ya que la prensa internacional parece más bien buscar la polarización en lugar de la educación, pues a menudo cae intencionalmente en la trampa de las dicotomías falsas, lo que termina por obstaculizar el progreso hacia la paz.
En última instancia, en lugar de fomentar divisiones y tensiones, la riqueza de la historia y la diversidad de estas culturas debería ser apreciada y celebrada, pues la importancia de la resolución de estos conflictos radica en su potencial para forjar un futuro más pacífico y próspero no solo para los habitantes de la región sino también para el mundo en su conjunto.