En un episodio que resonará en la historia política de México, se ha producido un consenso al interior de los partidos de oposición que conforman el Frente Amplio por México. El emblemático Partido Revolucionario Institucional (PRI), por primera vez desde su fundación en 1946, no llevará un candidato propio y, en lugar de ello, respaldará a una figura ajena: la panista Xóchitl Gálvez.
Este inusual desenlace sigue a un proceso marcado por una serie de cuestionamientos en torno a su autenticidad democrática. A medida que avanzaban las etapas, se registró una gradual retirada de numerosos rostros de la política conservadora que previamente habían expresado interés en la candidatura. Entre las personalidades que abandonaron el camino figuran destacados nombres como Santiago Creel, Miguel de la Madrid y Claudia Ruiz Massieu.
La más reciente figura en abandonar el proceso fue la priista Beatriz Paredes. Su retirada coincidió con el alejamiento de líderes del partido, lo que sugiere que, en efecto, la decisión de respaldar a Xóchitl Gálvez podría haberse tomado desde etapas tempranas. Cabe mencionar que esta maniobra se alinea con las previas afirmaciones del presidente López Obrador, quien habría insinuado este respaldo meses atrás.
El desenlace de este proceso resulta histórico, aunque no precisamente por el fortalecimiento de la apertura democrática. Paradójicamente, se caracteriza por una serie de presiones ejercidas sobre otros posibles candidatos y la falta de transparencia en la toma de decisiones. El partido que en otro tiempo desempeñó un rol fundamental en la construcción de las instituciones del país, hoy enfrenta una crisis interna que lo ha llevado a renunciar a la presentación de un candidato propio.
Este inusual y estratégico viraje plantea interrogantes sobre las fuerzas y dinámicas que moldean la política actual, mientras se observa cómo los partidos políticos se adaptan y recalibran sus tácticas en un juego cada vez más complejo.
