Por Michel Campoy
La relación entre servidores públicos y sociedad está marcada por un espejismo que distorsiona la percepción de quienes ocupan posiciones de poder. Los políticos y servidores públicos suelen ser vistos como figuras distantes y fundamentalmente diferentes de los ciudadanos comunes. Sin embargo, esta percepción ignora una verdad elemental: ellos también provienen del mismo sistema social, de familias formadas bajo las mismas normas, valores y estructuras culturales. El espejismo crea la ilusión de que, por ocupar roles de poder, han dejado de formar parte del tejido social del que provienen, cuando en realidad siguen siendo reflejo de la sociedad.
Reflexión inicial.
- ¿Qué papel juegan las instituciones del Estado —como las escuelas y los medios de comunicación— en reforzar esta percepción de separación entre ciudadanía y servidores públicos?
- ¿Cómo influye la percepción de “alteridad” de los servidores públicos en la relación de responsabilidad compartida entre el Estado y la sociedad?
Este fenómeno es una construcción cultural. Desde la infancia, se nos enseña a ver a las figuras de autoridad como seres apartados, revestidos de poder e inalcanzables. Como argumenta Foucault, los aparatos del Estado —escuelas, medios, instituciones— refuerzan este distanciamiento, promoviendo la idea de que los políticos habitan una esfera distinta. Esta percepción es conveniente: ver a los políticos como “otros” evita la angustia de reconocer que sus decisiones reflejan la estructura social que sostenemos.
Louis Althusser sugiere que las instituciones operan como “aparatos ideológicos” que reproducen una visión donde las élites dominantes son figuras separadas, promoviendo la alienación entre clases sociales. Este alejamiento, que también observó Gramsci, es reforzado por la hegemonía cultural: las élites usan la cultura para moldear la percepción colectiva, logrando que las personas acepten sin cuestionar las estructuras de poder. La hegemonía cultural, presente en medios y educación, consolida la idea de que políticos y servidores públicos son “otros”, ajenos a la gente común.
Miedo a la igualdad.
La resistencia a aceptar esta realidad radica en el temor a la igualdad. Reconocer que los políticos son como nosotros implica aceptar una responsabilidad compartida en la construcción del Estado y sus fallas. Aquí entra el pensamiento de Rousseau: el contrato social no es solo delegación de poder, sino reflejo de valores y decisiones colectivas. Reconocer que los servidores públicos comparten nuestros contextos implica asumir que sus éxitos y fracasos son, en parte, nuestros propios logros y errores. Es innegable que la brecha económica separa a los políticos de los ciudadanos, pero esta diferencia material no justifica la percepción de alteridad esencial. La riqueza y el poder crean distancia, pero no cambian la naturaleza humana. Según Berger y Luckmann en La construcción social de la realidad, la percepción de alteridad en los políticos es una construcción social: los significados que atribuimos a su rol son producto de narrativas colectivas. La distorsión que crea el espejismo perpetúa una separación innecesaria que debilita la relación entre Estado y ciudadanía.
De la otra cara de la moneda.
Más allá de la percepción, existen obstáculos burocráticos y culturales que refuerzan esta distancia entre “pueblo y Estado”:
- La especialización de la política: Discursos diseñados solo para los políticos.
- Excesiva burocracia en organismos reguladores: Instituciones como la CNDH, INE, COFECE e INAI, aunque creadas para proteger y coordinar intereses ciudadanos, presentan procesos complejos y lentitud burocrática que desalientan la participación y refuerzan la percepción de un Estado distante.
- Complejidad en la administración de justicia: Entidades como la SCJN, TEPJF y FGR tienen sistemas opacos y prolongados que desalientan a los ciudadanos de recurrir a estos recursos, incrementando la percepción de inaccesibilidad.
- Impresión de inmunidad: Casos de corrupción y nepotismo, en los que funcionarios públicos enfrentan pocas o nulas consecuencias, fortalecen la percepción de que el poder político está reservado para una clase privilegiada que opera bajo reglas diferentes.
- Limitada representación de la diversidad social: Los altos cargos en el gobierno tienden a ser ocupados por personas de ciertos grupos socioeconómicos, lo que limita la pluralidad de perspectivas y refuerza la desconexión con amplios sectores de la sociedad
- Educación insuficiente sobre civismo y participación ciudadana: La falta de formación en civismo y en los derechos y responsabilidades ciudadanas dificulta que la población comprenda su rol en el funcionamiento del Estado