Fuera mascaras, sinaloa al desnudo

Por Michelle Campoy

En los momentos de crisis, cuando la estructura de una sociedad parece tambalearse, emerge con frecuencia un fenómeno que vale la pena analizar: la victimización. Este mecanismo, ampliamente estudiado tanto por la filosofía como por la psicología, se manifiesta como una forma de evadir responsabilidades y proyectar las culpas hacia otros. En el caso particular de Sinaloa, enfrentando una ola de violencia sin precedentes debido al crimen organizado, la demanda de soluciones inmediatas y la búsqueda de un “culpable” se han convertido en un síntoma más de la incongruencia social que alimenta esta situación.

Para ilustrar esta dinámica, compartiré dos casos que reflejan no solo el fenómeno de la victimización, sino también la superficialidad con la que se abordan los problemas estructurales desde diferentes posiciones de poder e influencia.

El primer caso corresponde a un “columnista” de un “prestigioso” periódico estatal, quien, tras refutarle su posicionamiento oportunista, me envió un mensaje privado que decía: “Tu caso. Lamentable como ver que el dinero y el ‘poder’ te compró la conciencia.” Cabe señalar que este individuo abandonó Sinaloa, en parte por múltiples acusaciones y denuncias de acoso sexual. Desde la comodidad de su nuevo hogar —fuera de este Sinaloa en guerra que tanto critica— juzga a quienes no comparten su pensamiento y tacha de insensibles a quienes permanecemos en este contexto. Sus añejadas aspiraciones políticas parecen otorgarle, al menos en su percepción, un supuesto derecho moral superior al de quienes seguimos habitando su tierra, que ya no parece tan suya. Irónicamente, sus palabras, cargadas de cinismo, retratan más su incongruencia que la de aquellos a quienes pretende señalar.

El segundo caso es más reciente. Mientras me documentaba sobre las múltiples opiniones “expertas” respecto a cómo erradicar la violencia en Sinaloa, me encontré con una entrevista conducida por Ciro Gómez Leyva. En ella, un invitado —cuya profesión prefiero omitir— protagonizaba un performance claramente ensayado. Su relato, plagado de teatralidad, no solo revictimizaba a quienes sí han sido víctimas de violencia, sino que trivializaba las experiencias cotidianas de los culiacanenses. Con la voz entrecortada, narraba cómo su familia ha vivido los enfrentamientos armados en la ciudad, en lo que parecía ser una estrategia para llamar la atención más por el drama que por la reflexión. La entrevista, lejos de contribuir a un diálogo serio y profundo, redujo un problema complejo a una parodia sentimentalista que alimenta la confusión y perpetúa el ciclo de victimización colectiva.

Continuando con la reflexión

Georg Wilhelm Friedrich Hegel, en su Fenomenología del Espíritu, nos recuerda que la autoconciencia es un proceso arduo que exige enfrentarnos a la totalidad de nuestras acciones y sus consecuencias. Sin embargo, hay sectores de la población que se resisten a tener conciencia social, afirmación que encuentra eco en la incapacidad colectiva de aceptar cómo nuestras elecciones, incluso las aparentemente inofensivas, perpetúan la situación actual. Por ejemplo, la glorificación de la cultura del narcotráfico a través de narco-corridos y series de televisión, la indiferencia hacia el origen de los bienes de consumo, o la complicidad pasiva en un sistema que promueve la ilegalidad, son reflejos de esta falta de autoconciencia.

El psicólogo social Erich Fromm, en El miedo a la libertad, explica cómo las personas, ante situaciones de incertidumbre, buscan mecanismos de escape que les liberen de la carga de la responsabilidad individual y colectiva. En este contexto, la victimización actúa como una salida cómoda: “si yo soy la víctima, alguien más es el responsable.” Esta mentalidad está presente en los discursos que claman por la destitución del gobernador bajo la premisa de su incapacidad para resolver el conflicto. Pero, ¿es esto una solución realista o simplemente una expresión de frustración colectiva que busca un “chivo expiatorio”?

*Querido lector, hasta este punto manténgase imparcial, si le incomoda, revise su conciencia.

Aquí es pertinente mencionar a René Girard, quien en su teoría del “chivo expiatorio” describe cómo las sociedades tienden a focalizar sus tensiones en una figura o grupo al que responsabilizan de todos sus males. Este acto sacrificial permite a la comunidad aliviar momentáneamente sus conflictos internos sin abordar las causas estructurales que los generan. En el caso de Sinaloa, señalar al gobierno como el único responsable de la violencia, ignora el papel que la sociedad misma ha jugado en la normalización de las dinámicas de poder y corrupción que alimentan al narcotráfico.

*Si no somos eso que dicen que somos, entonces hay que comportarnos como lo que creemos ser.

Por otro lado, la velocidad con la que las redes sociales amplifican las narrativas de victimización también merece un análisis crítico. Hannah Arendt, en La condición humana, advierte sobre los peligros de una esfera pública dominada por emociones inmediatas en lugar de reflexiones profundas. En las plataformas digitales, la indignación es viral, pero rara vez lleva a una acción concreta. Las quejas y los discursos apasionados muchas veces se quedan en el terreno de la superficialidad, mientras que las soluciones requieren un compromiso que implica tiempo, esfuerzo y, sobre todo, un reconocimiento honesto de nuestras propias fallas.

*¿La violencia atrae más violencia?

La verdadera transformación (y creo que esto es una utopía) exige un acto de valentía: aceptar que todos, en mayor o menor medida, hemos contribuido a la situación actual.

Como señala el filósofo Slavoj Žižek, las utopías políticas frecuentemente encubren una ingenuidad peligrosa: la creencia de que es posible una política completamente libre de corrupción, conflictos o contradicciones. Para Žižek, este tipo de pensamiento ignora la dialéctica inherente a lo político, donde las tensiones y contradicciones no sólo son inevitables, sino necesarias para el desarrollo. Más que eliminar la corrupción, lo crucial es reconocerla como parte de un sistema que requiere una transformación estructural, no solo moral. En palabras del filósofo, la política no es un espacio de pureza, sino un campo de lucha donde los ideales deben enfrentarse a las realidades.

En este sentido, la filosofía nos invita a abandonar la comodidad de la queja y la victimización para asumir una postura crítica y activa, pero sobre todo, congruente. Si deseamos un cambio real, debemos comenzar por mirarnos al espejo (o donde guste reflejarse) y preguntarnos: ¿qué estamos dispuestos a cambiar en nosotros mismos para construir un futuro diferente? La respuesta no es sencilla, pero sin duda es el primer paso para romper el ciclo de violencia y evasión que ha marcado nuestra historia reciente.

(Visited 76 times, 1 visits today)

2 Comments

  1. Saludos muy buena nota, siempre nos mantienen informados a la vanguardia..

  2. Efectivamente, de igual forma salen resultados positivos, que se manifiestannde forma pasifica y continúa…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Close