Por Cruz Antonio González Astorga
¿Qué es el pensamiento?, ¿para qué y por qué pensar? Son cuestionamiento que sin duda nos remontan a reflexionar sobre este ejercicio hecho por la mente para explicarse la existencia propia y de quienes le rodean.
Es improbable decir que el pensamiento despertó en el esplendor griego de hace más de dos mil años, más sugerible la sentencia de que fueron ellos quienes profundizaron en ese arte que ha caracterizado a la humanidad.
De entonces a la fecha, pensar ha sido un oficio que ha creado un sector en la sociedad dedicado exclusivamente a pensar la vida, o intentar aprehenderla en una serie de conceptos, estructuras, sistemas, imágenes, ideas.
La filosofía ha caminado un largo trayecto en estos más de dos mil años, de la mano del cuestionamiento, los filósofos preguntaban y se preguntaban si eso que sus ojos veían era real o formaba parte de una alucinación personal o un reflejo divino.
Si cuestionar ha sido el filo de la herramienta del pensamiento del filósofo, las respuestas forman parte de un compendio de conocimientos acumulados en diálogos, memoria popular y, posteriormente en libros.
La filosofía y la educación son actividades que han transitado de la mano por el tiempo; en la antigua Grecia pensar iba asociada con el diálogo con los otros; no podía disociarse el habla del pensamiento. La educación informal de esa época se caracterizaba por aprender dialógicamente, ahora que se ha formalizado, el diálogo sigue siendo fundamental para que los alumnos adquieran y/o construyan nuevos conocimientos, de lo que se puede deducir que una educación sin diálogo es una educación condenada a no prosperar.
Decíamos que pensar es un arte en sí, pero no para sí, es decir, es un arte en la medida de que ese pensamiento se amplía, se desarrolla, y por qué no, se comparte. Entramos a otra disyuntiva, ¿es la filosofía una actividad individual o social? La pregunta no es mera ocurrencia, nos traslada a la esencia de lo humano del resto de las especies.
¿Existe el filósofo individual?, ¿hubo alguien que le aportara un modelo de analizar la vida, o por definición es un ser social? No hay pruebas de alguien que se haya humanizado fuera de una serie de relaciones sociales.
Si continuamos con el planteamiento anterior, pensar es una actividad social, su desenvolvimiento está condicionado en gran medida por las interacciones de las que forma parte, el peso cultural en el cual se inserta la persona la modela en sus formas y contenidos, aunque también puede abstraerse y adquirir otros pensamientos mediante artefactos tecnológicos como el libro o los dispositivos móviles, sobre todo dialogando con otros.
Desde una óptica gramsciana todos somos intelectuales por el hecho de pensar, agrega, pero no todos podemos ejercer el papel de intelectual en la sociedad. Desde Descartes surgieron las especializaciones en la ciencia, la ramificación permitió la especialización, así unos se dedican al trabajo mecánico o manual, y otros exclusivamente a pensar, de éstos últimos hablaremos a detalle.
Quienes se dedican a hacer filosofía se les denomina intelectuales, porque su trabajo consiste en usar el intelecto. No es una casualidad que esta especie dentro de la especie (sin ofender a nadie), en muchos de los casos, carezcan de habilidades básicas para actividades manuales, tales como poner un clavo en la pared, cortar leña, hacer una mezcla para el enjarre de una pared o de plano cocinar. No, esas son cosas mundanas, insignificantes, la actividad del intelectual es un brío único sólo para gente especial nacida con la facultad de pensar.
Si de pensar se trata, el intelectual saca sus conclusiones, versado en la conversación, el uso de palabras abstractas, y no pocas veces versado también en la escritura, aunque hay que decirlo, hay que gente que invierte toda una vida leyendo y nunca aprende a escribir. También los hay quienes no saben expresar o comunicar los conocimientos adquiridos en tantos años dedicados a la investigación o la literatura.
Esta anomalía del intelectual, de leer mucho y expresar poco, no coincide con las múltiples actividades que realiza un albañil al momento de construir una casa. Podrá juzgarse el comentario de venturoso, veamos a fondo; el maistro, como se le llama popularmente toma nota de las dimensiones del terreno, realiza un plano o proyecto, calcula los metros de cada espacio, dónde va la sala, dónde el comedor, dónde el cuarto, el baño, etc., a esas cuentas le agrega el material que usará, la cantidad, la gente que va a participar y el tiempo en que puede terminar una obra, y desde luego, los gastos de los materiales y la paga de los trabajadores. Si ponemos atención, el mundo de ideas que rodea la actividad del maistro es muy amplio, insertado en una serie de relaciones sociales que vinculan al dueño de la propiedad, los chalanes (trabajadores) y él como ejecutor de la construcción.
A diferencia del maistro, el intelectual realiza su ejercicio en soledad, ni las moscas son dignas de interrumpirles la concentración. Horas y años dedicados a leer, y no saber comunicar de viva voz o por escrito lo aprendido resulta algo incomprensible, es como si el maistro desconociera el arte de pegar ladrillo o colocar la dala, si ya todo está construido en su mente, el siguiente paso es aplicarlo.
Un intelectual que no sabe comunicar sus ideas ni escribir es un farsante, en nuestras instituciones tenemos como enjambre este tipo de personaje que por leer cierta cantidad de libros se consideran por encima de los demás, casi tocados por los dioses. No se trata de contabilizar los libros leídos, el mundo de la vida cotidiana ofrece muchas variantes desvalorizado por el intelectual. Los libros son un instrumento cultural que condensa imágenes y conocimientos, pero fuera de ellos hay muchos mundos de conocimiento.
Las ideas son para externarlas, sea en papel, conversando o publicando en plataformas digitales, no para graviten en la mente personal. Leer por leer no tiene sentido, quizá ahí resida el fracaso de la promoción de la lectura en las escuelas, en el afán de obligar a leer por docentes que no leen, terminan impulsando el rechazo hacia la lectura.
La producción intelectual se va suplantando por la toma de posiciones con respecto a las elecciones del próximo 2 de junio, el ejercicio de pensar las condiciones de vida de los mexicanos ha sido sustituido por inclinarse hacia uno u otro lado.
Los análisis, cuestionamientos, exposición de ideas y la demoledora crítica a todo lo existente, se han dejado de lado para ubicarse por la corriente política de preferencia, y en esa elección el silencio del pensamiento.
La disputa no consiste ya en qué planteamiento nos hace comprender nuestra desgarradora existencia, sino hacia dónde te inclinas, cuál es tu elección política. Si antes se describió el universo de ideas y actividades que el maistro realiza antes, durante y después de la construcción, el intelectual se ha desvalorizado reduciendo su grandiosa laboral de vigilante de la sociedad en un simple acarreado.
Asumir una postura política es un derecho que todos tenemos, incluso el intelectual, sin embargo, ello no implica someter el pensamiento a la elección política de preferencia. Adherirse suprimiendo la crítica es lo que buena parte de la intelectualidad mexicana ha asumido en las últimas semanas.
Se puedo estar en un lado u otro y mantener el filo de la crítica, aunque eso acarree rechazo de la militancia o simpatizantes. La función del intelectual no está en complacer a nadie, sino ser fiel al arte de pensar, sin importar lo que digan las buenas conciencias, la irracionalidad de los dogmáticos, el rechazo de los fieles, ser consecuente con el pensamiento que es representar la realidad que se vive, hacerle preguntas.
Fuera del universo de los partidos y las candidaturas con sus respectivos proyectos hay otros universos que, por el fanatismo de la posición privilegiada del que se forma parte, se aferran sobremanera a conservarlo. Se entiende, después de todo para el intelectual partidista (en el proceso electoral) su producción depende del presupuesto asignado por el Estado a la cultura y la industria editorial.
Ya no tenemos a Revueltas o Flores Magón, quienes por encima de sus condiciones materiales se levantaron para poner en el centro los intereses del destino social por sobre los personales. En cambio, tenemos pensadores coyunturales y chambistas como Aguilar Camín, Jorge Castañeda, John Ackerman, Paco Ignacio Taibo II, Álvaro Delgado, Sergio Aguayo, Enrique Krauze, entre otros. Silenciar el pensamiento por los futuros puestos es tan cínico como decretar la muerte del neoliberalismo, aunque gobiernen neoliberales.