Por Cruz Antonio González A.
El 22 de junio se disputaba el partido entre las selecciones de Argentina e Inglaterra en los cuartos de final del mundial de México 1986, en el estadio azteca de la Ciudad de México. Ahí el futbol tocó la cúspide con una de las manifestaciones más deslumbrantes, como cuando Cruyff orquestaba la ofensiva de Holanda, o aquel Brasil arrollador de Pelé, nos mostró que al igual que la vida, la historia y la sociedad, el fútbol también es una contradicción, expresa una síntesis de la vida.
Dos países desiguales en economía; la Inglaterra imperial, reina del expansionismo liberal, creadora de colonias de esclavos en los continentes en África, América y Asia, ubicada en el noreste de Europa, una isla entre la niebla. Del otro lado estaba la Argentina, país atrasado, al sur de América, compuesta por nativos y el flujo migratorio del viejo continente, con una economía subdesarrollado, o como se dice en el argot popular, dependiente, con una historia inmediata marcada por la dictadura militar como forma de gobierno; la fuerza queriendo imponer una dirección de país afín a los intereses de los grandes consorcios empresariales, desapareciendo a quienes se resistían ese régimen de dureza y represión; en ese contexto se presentó el conflicto por las islas Malvinas, momento que Inglaterra le despojaba a la Argentina una porción de su territorio.
Maradona creció en ese ambiente de choque internacional, pero nació en otro mucho más desgarrador que es la pobreza en el hogar, en su realidad inmediata. De abajo surgió este soñador que tenía como juguete un balón, no pedía más, no podía tener más; zapatos rotos, cara manchada de suciedad, pelo desordenado, piel con las huellas de los piquetes de moscos y una alimentación desbalanceada.
Los contrastes de la vida nacional se vivían en su vida cotidiana, quizá ese deseo de salir adelante doblegando las condiciones materiales fue la que forjó su carácter retador, de cargar a sus espaldas cualquier peso, podía soportarlo, menos el ser Maradona.
Fue un genio en la cancha, un mago que desplegaba sus actos en esconder la pelota y mostrarla posteriormente entre las redes, podía enviar pases entre las piernas de los rivales, gambetear, mandar centros a larga distancia, tirar desde fuera del área, y cuando no había más, el descaro de burlar al equipo contrario (futbolísticamente hablando), incluyendo al portero.
Contra Inglaterra, Maradona anotó los dos goles del triunfo, ambos lo sintetizan el contraste del que hablamos antes; tú me quitas yo te lo quito, sin importar las reglas, o buscando en qué momento se dan los puntos ciegos que haga parecer legal lo ilegal ante las autoridades, en este caso el árbitro.
Contrastes como jugador de fútbol, pero también evidencia los contrastes que existen en el fútbol como deporte que, dicho sea de paso, ni la implementación de la tecnología como el VAR han podido cesar.
Pongamos primeramente la magia por encima de lo “ilegal”, aunque la magia sea una forma destrabar lo que a la vista del espectador es evidente, esa ambivalencia se da en los dos goles; la jugada arranca en la media cancha, en territorio de la selección albiceleste; le filtran la pelota entre dos rivales, la recibe con la izquierda, pisa la pelota con el mismo pie, la arrastra hacia atrás, dejando a esos dos jugadores como estatuas, y con la misma izquierda la toca para emprender el avance rumbo a la portería; toda la jugada la hace sin utilizar la derecha, salvo para sostenerse, como base para girar, posicionarse, y que la izquierda sea la que vislumbre a los aficionados.
Avanza por la banda derecha controlando la pelota, se le acercan dos ingleses y pica hacia el centro, perfilándose de cara al área, le cierra el paso un defensa y corta un poco hacia la derecha, lo suficiente para no ser alcanzado, a su lado izquierdo le acompaña en la carrera Burruchaga, mirando la jugada, no pide la pelota, parece disfrutar el escena desde primera fila, tampoco jala marca, lo que significa que el objetivo de los defensores no era él, sino parar a Maradona; entra encarrerado al área, el portero Peter Shilton aguanta un poco, sabe que en el avance se le cierra el arco y las posibilidades de anotar se reducen, Maradona en un espacio diminuto y en fracciones de segundos, frente al portero amaga que irá por la izquierda, Shilton se come el amague poque se lanza hacia ese lado, pero Maradona recorta suavemente hacia la derecha, no es un toque, es una caricia que al mismo tiempo lo posiciona frente a la pelota con el arco abierto; desde el inicio de la jugada Maradona siempre tiene la mirada levantada, tiene el cuadro completo del ajedrez, su mente va por delante de la acción, va improvisando sobre la marcha para sortear ingleses; en el suelo Shilton estira la mano izquierda para evitar el gol, atrás de Maradona otro jugador le choca que riendo anticiparse, mientras que uno más cierra por el centro para intentar detener algún disparo. Perfilado, Maradona puntea la pelota tocando la red; es el segundo gol de Argentina, Valdano y Burruchaga fungen como espectadores, siguen la jugada desde atrás, esperando quizá tocar la gloria en esta majestuosa jugada culminada por un Maradona en su máxima esplendor.
Esta jugada en particular es una obra de arte, toda ella hecha con un solo pie, el izquierdo; es el gol imposible, una belleza que arrastra tras de sí todo lo impuro del fútbol moderno, Maradona lo volvió terrenal, juego de barrio, divertirse sin importar el resultado, ser acompañado por la afición desde las gradas en cada regate, disfrutando al unísono con los jugadores. Maradona hizo posible eso, lo que raras veces podemos ver en el fútbol de la actualidad.
Maradona quedaría inmortalizado por esa combinación de elementos; regate, velocidad, drible, técnica, visión de juego y concreción, el gol es la pieza que engarza el triunfo y las alegrías, si no, preguntemos la narración de Víctor Hugo, eufórico, desgarrador, memorable. Con ese gol y la conquista del Mundial en México 1986, Maradona se convirtió en ídolo mundial, y un mito; santo sanador de dolores y enfermedades, héroe nacional, referente en las luchas contra los países depredadores del primer mundo, amigo de la revolución cubana, opositor de los neoliberales, tema para las bandas de rock, Maradona era todo eso y más, menos él mismo, tenía tiempo para despedazarse en los Maradona que la gente necesitara, incluso para denostarlo por el tipo de vida privada, a Maradona se lo comió el personaje, la fama sobrepasó al hombre, al jugador, lo que pervive es precisamente el personaje, el mito, el otro, el Diego, se queda entre sus cercanos.
Nadie con tanto atrevimiento, descaro y, también hay que decirlo, gallardía hubiese hecho algo similar, sólo Maradona, con ese temperamento de potrero, encarando lo que se le oponga, de saberse perdedor en la vida por factores ajenos a los elegidos y que el fútbol le daba la oportunidad para ganarse un lugar, hacerse de una bandera e impulsar los sentimientos de un país y un continente maltratado sistemáticamente por los distintos imperios.
Era en la cancha donde Diego se comunicaba mejor, y el fútbol asumía en sus pies el carácter de arte; despertaba alegrías en aquellos que sólo conocían la tristeza, la nostalgia del tango de Gardel, Maradona lo hizo posible, un pibe sin mayor gracia que jugar con la pelota, su amiga desde antes del estrellato y después en la caída, la defendió a capa y espada, por eso en su despedida en La Bombonera, sin negar sus errores sentenció; ¡la pelota no se mancha!
Del primer gol dice Eduardo Galeano que es tramposo, rompe las reglas al utilizar el recurso de la mano ante la salida de Shilton, algo estrictamente prohibido, fue una jugada rápida, es cierto, además el área estaba poblada de defensas ingleses y argentinos, imposibilitando la mirada del árbitro, a lo anterior se sumaron los gritos de las gradas, culminada con la actuación de Maradona, simulando no saber nada de los reclamos de los jugadores rivales, mientras el asistente asentía dando el central por válido el gol, después llamando a reanudar el partido en el centro del campo.
La llamada mano de Dios o el gol tramposo, es el recurso de la contradicción, se gana con goles, es verdad, y existe un margen pequeñísimo para usar la picardía, este recurso es valido en situaciones apremiantes, el engaño es fundamental en el arte de la guerra, y curiosamente, gana quien mejor sabe utilizarlo.
Maradona encarna perfectamente el espíritu de la contradicción; un arte en el juego, un desastre en la vida personal; del gol estético al gol impuro; de lo aceptable a lo prohibido; Maradona siendo Dios y el Maradona siendo Diego. También esa contradicción representa nuestras propias miserias; un país como México tan rico en recursos naturales sin poder gozar de las bondades de esos recursos ofrecidos por la naturaleza, nuestra riqueza es la condición, paradójicamente, de nuestra pobreza, y esas contradicciones se sintetizan en Maradona como en las contradicciones entre el norte y el sur, el analfabetismo en Latinoamérica como proyecto sistémico para generar mano de obra barata, los gobernantes que democráticamente han sido elegidos por una casta divina de empresarios y banqueros, países destrozados por la delincuencia organizadas que, a diferencia del comunismo, se lleva a la niñez y juventud, y en ese mundo de contrastes y locuras un jugador como Maradona alienta a miles de personas a asumirse como David ante el gigante Goliat.
Este Dios terrenal, odiado por los puros y poderosos; llorado e idolatrado por las clases populares, tuvo por fortuna amar como nadie la pelota de fútbol, acariciarla como Paco de Lucía acaricia la guitarra o Piazzola el bandoneón o Borges el libro. Maradona es el sueño que todo niño quisiera se le hiciese realidad, además de ser futbolista, poder anotar un gol burlando a todo el equipo rival, ¿qué niño no ha soñado con eso? Maradona tuvo como amigo un balón, y con el balón nunca dejó de ser niño, y como todos los niños a veces dislocan las reglas del juego para divertirse mejor, y ha sido su juego el que nos ha divertido, convocando cada tanto que vuelva la magia donde el fútbol es alegría y toca la mayor felicidad al llegar a la portería, siendo el gol el arte por excelencia.
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Solo puedo levantarme y aplaudir con gran intensidad de emoción tu conmovedora descripción del arte de fútbol de nuestro gran Diego Maradona y de tu conciencia Liberadora contra el imperio inglés más genocida ecocida etnocida suicida… Felicidades Maestro Cruz…Un Gran Abrazo Intensamente Anticapitalista