Por Diego Angulo
Desde octubre del año pasado, los estudiantes en todo el mundo irrumpieron en las plazas públicas y campus en protesta por la masacre que estaba ocurriendo en la Franja de Gaza contra el pueblo palestino por parte del ejército de Israel. Solo en Estados Unidos, hasta abril, los estudiantes habían realizado 8 mil acciones en más de 850 ciudades, según Nonviolent Action Lab de la Universidad de Harvard.
En las universidades de México, ese hecho pasó desapercibido. Paradójico.
Hace 56 años, el 3 de mayo de 1968, para ser exactos, estudiantes de la Universidad de Nanterre, ubicada en un barrio obrero de París, tomaron las instalaciones de La Sorbona para hacer visibles la represión que sufrieron durante una protesta contra la Guerra de Vietnam. El conocido como mayo francés desató una serie de protestas a nivel mundial en busca de más libertades sexuales, educación igualitaria, movimientos antibelicistas, feministas, ecologistas, etc. Se planteaban, ante todo, recuperar “el control sobre sus propias vidas”, que estaban administradas por el estado, las corporaciones y las instituciones como la iglesia y la familia. En México, las universidades se convirtieron en un hervidero y tuvo su cúspide el movimiento estudiantil de los estudiantes del IPN y la UNAM en octubre del 68.
De hecho, las universidades tuvieron un papel central en la vida de México desde 1968 hasta el 2000, sin las cuales no podría entenderse el sistema democrático y los derechos sociales de México en la actualidad.
¿Qué pasó con los estudiantes?
A nivel internacional, se dieron cuenta de que las universidades eran el lugar principal donde surgían las amenazas contra el poder político y económico. Entonces, comenzaron una serie de medidas que van desde los cambios curriculares para eliminar asignaturas que fomentaran el pensamiento crítico; la disminución del presupuesto, que imposibilitó la cobertura universitaria, surgiendo los exámenes de ingreso como CENEVAL, los rechazados y, con ello, la ampliación de la oferta privada, como el Tec de Monterrey, el ITAM, los tecnológicos y la educación técnica; la precarización del trabajo docente, ajustándolo a criterios y competencias para la excelencia; y, por supuesto, la eliminación de todo elemento de participación de los estudiantes en cualquier proceso interno, como la elección de sus autoridades.
Para el cumplimiento de estas medidas, se creó un sistema de acreditación, una especie de check list de reformas, y al que cumplía se le otorgaba más recurso público.
En ese marco aparece como gran reformador Héctor Milesio Cuén, que diligentemente acató dichas medidas (entre ellas, la eliminación del voto estudiantil), convirtiéndolas incluso en un discurso legitimador de su poder transrectoral, pero con grandes costos políticos y sociales para Sinaloa.
Se suprimió el ímpetu social progresista de los estudiantes, lo que llevó a que el estado, el poder económico y el mercado, e incluso el narcotráfico, asumieran el control sobre las vidas de miles de jóvenes sinaloenses. Ahora, los elementos “progresistas” de la sociedad están fuera de las universidades y los estudiantes, como las ONG y medios de comunicación, que detrás de sus agendas tienen los intereses de quienes los financian.
Por eso, Alejandro Sicairos, sorprendido, escribe que una parte de la sociedad, entre ellos muchos estudiantes universitarios, toman partido por uno de los dos grupos del narcotráfico en confrontación en Culiacán, deseando que alguno de los dos gane; incluso, quienes perversamente quieren que continúe el conflicto y el colapso de la ciudad en su deseo de mostrar la inoperancia de la 4T, de Rocha y AMLO. Se pregunta: ¿De qué lado estamos? Apostando, por sentido lógico, que estemos sin cortapisas por la paz y el orden que busca garantizar la acción policial sin hacer un juicio crítico del régimen político. Cómo si no hubiera otras posibles alternativas.
Falta, pues, que los estudiantes retomen el control de sus vidas.
Por eso, celebro la reforma a la Ley Orgánica de la UAS, que aumenta la participación política de los estudiantes y que parte de un proceso que inició con la reforma educativa en 2019, donde en la constitución se establece la gratuidad y obligatoriedad de la educación universitaria, obligando al estado a ampliar la cobertura y eliminar los rechazados. Ahora, en Sinaloa, es cabeza de playa para el proceso de democratización de la educación superior, y ojalá en el futuro venga una gran reforma curricular, como se hizo con la Nueva Escuela Mexicana. Hay un camino por dotar a la juventud de su antigua dignidad.
Como dice la chilena Violeta Parra, ¡Qué vivan los estudiantes!
Me gustan los estudiantes
Que marchan sobre la ruina
Con las banderas en alto
Va toda la estudiantina
Son químicos y doctores
Cirujanos y dentistas
Caramba y zamba la cosa
¡Vivan los especialistas!