Una jornada de silencio, reflexión y esperanza que conecta lo religioso con lo popular
El Sábado de Gloria es una de las fechas más significativas de la Semana Santa en el mundo católico. Se celebra el día siguiente al Viernes Santo y precede al Domingo de Resurrección, formando parte del llamado Triduo Pascual, que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
¿Qué significa el Sábado de Gloria?
El Sábado de Gloria es un día de silencio y recogimiento, marcado por la ausencia de celebraciones eucarísticas. Es un tiempo de espera en el que los fieles reflexionan sobre el misterio de Cristo en el sepulcro, la incertidumbre de sus discípulos y la esperanza de la resurrección.
Litúrgicamente, la Iglesia permanece en luto, y es hasta la Vigilia Pascual por la noche que se rompe el silencio con cantos, luces y el anuncio jubiloso de la resurrección de Jesús.
Origen del Sábado de Gloria
Esta tradición tiene raíces en los primeros siglos del cristianismo, cuando se instauró la costumbre de guardar un día entero sin liturgia, simbolizando la espera del retorno del Salvador. La Vigilia Pascual comenzó como una ceremonia nocturna en la que los catecúmenos eran bautizados y los fieles renovaban su fe.
¿Cómo se celebra en México?
En México, el Sábado de Gloria ha adquirido elementos festivos y culturales propios. En muchos pueblos y comunidades se realizaban antiguamente actos como el “quemado de Judas”, que simboliza el rechazo al mal. Sin embargo, en las últimas décadas esta tradición ha ido desapareciendo o transformándose.
Una costumbre popular que ha persistido —aunque cada vez más cuestionada— es el baño de agua en espacios públicos, especialmente entre jóvenes. Aunque esta práctica no tiene origen religioso, se convirtió en una forma de festejo, incluso con sanciones administrativas en algunos estados por el derroche del líquido vital.
¿Por qué sigue siendo importante?
Más allá de los ritos religiosos, el Sábado de Gloria representa un momento de reflexión profunda sobre la esperanza, el dolor y la renovación. Es el puente entre el sacrificio y la alegría, entre la muerte y la vida. En tiempos de incertidumbre, su mensaje cobra una relevancia espiritual y comunitaria que trasciende lo doctrinal.