Trump y los asesinos de la luna

Cruz Antonio González Astorga

“Ellos no oyen tu voz, sólo ven el color de tu cara” Hugh Glass

No sé cuántas veces he visto la película de Renacido donde actúa Leonardo DiCaprio, aclaro, no por el deseo de verla, porque justo a la hora de dormir, abrumado por las comicidades de la vida diaria, coincide con la transmisión en cable alcanzando a observar sólo retazos de la misma, y entre fragmentos en un lapso de años pude por fin tener una visión completa.

DiCaprio personifica a Hugh Glass en Renacido, valiéndole la nominación al Oscar que finalmente ganó, seré sincero, ha crecido mucho como actor, pero la actuación de Tom Hardy representando a John Fitzgerald, estuvo por encima del protagonista. No es la primera vez que Hardy vive el personaje y lo lleva a opacar hasta cierto punto al resto de los actores como sucedió en el Caballero de la Noche con el papel de Bene, reduciendo en el aspecto físico, intelectual y organizativo de Batman (Christian Bale) a un nivel inferior.

Regresamos a la actuación de DiCaprio, hay una vinculación entre sus campañas por la ecología mundial y los papeles que representa últimamente en el séptimo arte, en ambas facetas desde la mirada periférica. Recientemente su inclinación artística intenta visibilizar sectores marginados por un sistema que rechaza lo diferente, caso específico los pueblos originarios que ocupan la unión americana.

El Renacido, dirigido por el mexicano Alejandro González Iñárritu, transcurre con escenas en lugares montañosos arropados por un invierno demasiado frío. El héroe de la historia es Hugh Glass (DiCaprio), quien carga a cuesta un pasado vinculado a algunas de las tribus de los pueblos indígenas, producto de ello es el hijo que le acompaña Hawk Glass.

Después de sufrir las profundas heridas por el repentino ataque del oso (el artífice del Oscar), Glass pierde el conocimiento atrapado en las garras del delirio. En ese trance aparecen en su mente imágenes de las danzas y rituales indígenas, acompañándole en el proceso de sanación física.

Es la cosmogonía indígena la que le ha permitido sobrevivir en lugares apartados, con escasez de comida, aislado de las personas y con la inclemencia del clima, de esa cosmovisión milenaria aprendió a adaptarse a las circunstancias del territorio, sentirlo, olerlo, amarlo. El misticismo del que se ha apropiado vuelve en el delirio como en el sueño, fundiéndose alrededor del fuego en el ejercicio de introspección; sobrevivir en el otro es la forma de seguir respirando ante los embates del Progreso y sus agentes en el deseo incurable de hacerse de las tierras ajenas a cualquier costo.

La otra película donde participa DiCaprio lleva por título los asesinos de la luna, bajo la dirección de Martin Scorsese, acompañado del legendario actor Robert De Niro (el actor de Taxi Driver) y Lily Gladstone (una danza ceremonial). De alguna manera el mundo cinematográfico de Hollywood va condicionando los perfiles de sus actores según los rasgos físicos y orígenes; en el caso de Gladstone aquello que se relacione al mundo indígena, De Niro como tipo duro e implacable, y bueno de DiCaprio ya sabemos el tipo de películas que terminan en éxito para la industria cinematográfica, sin embargo, y pese a los cuestionamientos que se puedan hacer, su perfil ideológico lo acerca al mundo natural, a las formas de vida que mantienen un vínculo afectivo y respetuoso hacia la naturaleza.

Lo dicho no dejan de ser suposiciones de un televidente con un ojo en el televisor y el otro perdido en el abismo de la noche en trance hacia el sueño que difícilmente puede ver una película completa sin que Morfeo lo haga prisionero.

En los asesinos de la luna, Ernest Burkhart es el hombre blanco que se casa con una mujer indígena y procrea hijos. A diferencia de Renacido, la relación del hombre blanco con la visión ancestral está completamente rota. Burkhart es orientado por los apetitos de su tío William Hale (De Niro), para hacerse de las propiedades que les fueron otorgadas como reservas a los originarios, mismas que poseen petróleo.

Esta imagen del despojo del territorio rico en recursos naturales se replica fuera de la pantalla y también de los límites fronterizos; para el hombre blanco (su visión del mundo) los recursos naturales son para explotarse en la generación de riquezas, a lo que denominan Progreso, cuando se acaban los recursos el territorio queda como muerto, inservible para establecimiento de seres vivos.  

En los asesinos de la luna (los blancos) organizan un genocidio contra los naturales, el diccionario de la Real Academia Española lo define como exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.

El genocidio como medio para adueñarse del territorio, estas maneras de hacerse de lo ajeno nos remontan al origen del sistema capitalista como forma de organización social mediante el uso de la violencia, chorreando sangre y lodo lo describió Karl Marx en El Capital. Los promotores del Progreso y por qué no, de la Democracia (en buena medida van juntos de la mano) en la generación de violencia como instrumento político para la acumulación de riquezas; el robo y el crimen, aludiendo a Balzac, como medios eficaces para lograr esos objetivos.

Robo y crimen se pueden observar en las escenas de la película los asesinos de la luna, con las limitaciones de un filme con tintes comercial, no puede desligarse del romanticismo de la industria donde triunfa el arrepentimiento de los malvados y el amor entre blancos e indígenas como en un cuento de hadas: Burkhart delata al tío, quien va a prisión, así la justicia triunfa por sobre un hombre, no sobre el grupo de hombres (y mujeres) que operan con impunidad bajo en un sistema donde la desigualdad social es el principio fundamental para sostener la esclavitud moderna.

La persecución racial y social, acoso permanente, hostigamiento y muertes en los asesinos de la luna, es apenas una pincelada de un cuadro más amplio y complejo, no se acerca al dolor padecido durante más de quinientos años por los originarios en América, ¿basta la pincelada y la tristeza reflejada momentáneamente en las pupilas? De nuevo se asoma el romanticismo donde la indignación pasajera concluye cuando se toma el control del televisor y se decide apagarlo.

En el cine comercial, por muy buenas intenciones que tengan los directores, o a través del empuje de los actores y el diseño o adaptación del libreto, ante problemas como el derecho a existir de las culturas, lenguas y territorios de los pueblos indígenas y sus modos de organización social, trabajo y gobierno autónomo, son todavía miradas externas y periféricas; externas de los pueblos, y periféricas porque la mirada con las que se les mira no es la propia, denotando otras de las facetas de la bondad del liberalismo romántico.

Ante el juego de miradas está ausente la principal, la mirada interna de los pueblos, lo que dicen esas miradas, el maestro Miguel León Portilla presenta un panorama en sus investigaciones a las que dedicó toda una vida, falta la visión de los vencidos, contada por ellos mismos, quienes fueron sometidos a servir a los triunfadores como fuerza de trabajo esclava en los territorios que antes les pertenecían o la muerte en la resistencia.

La visión de los vencidos es lo ausente en el universo de Hollywood y en no pocas publicaciones de libros y opiniones periodísticas que, por colocarse un huipil o pañuelo en el cuello para la fotografía, se asumen como representantes de esa visión.

Ahora que el psicópata de la Casa Blanca, salido de la farándula the american dream,ha reiniciado una redada contra los migrantes de piel oscura en el país más belicoso del planeta, ante los actos discriminatorios que violentan sin consecuencias legales cualquier protocolo, acuerdo y ley sobre los derechos humanos. Ante los exabruptos raciales con el impulso del desarrollo tecnológico, resurgen los nacionalismos en aras de unificar criterios en la defensa ineludible e incuestionable de la patria mexicana con el pecho erguido afinando la voz para entonar el grito de guerra.

Detrás de los nacionalismos discursivos se esconden los constantes genocidios contra los pueblos originarios, los asesinos de la luna de acá, de México. La doble moral de los nacionalismos, a los que se les suma gente que goza de prestigio por el alcance y profundidad de pensamientos y exaltada postura humanista, rechaza abiertamente los actos discriminatorios contra los migrantes del otro lado de la frontera, cuando en nuestro país se cometen los mismos actos de los migrantes centroamericanos, del caribe y Sudamérica, y desde luego contra los pueblos indígenas.

Trump es el enemigo principal, dicen en sus foros y editoriales, porque allá se cazan migrantes como si de animales se tratase, se deportan ilegales sin garantías de ningún tipo. Mientras las voces nacionalistas aplauden la decisión de militarizar la frontera contra los migrantes y nacidos en nuestro país.

Las locuras de Trump están convirtiendo al mundo en un manicomio, sus ecos se expanden en sus similares que forman parte de los tratados comerciales, llegando hasta la vieja Europa y el Oriente medio hasta lo que queda de suelo palestino.

Mientras continúa la disputa interna por el nacionalismo más patriótico, dicho sea, con justicia, ni la derecha (supuestamente derrotada) y la izquierda (supuestamente vencedora e invencible) tienen un posicionamiento digno que defienda la soberanía del país ni a la ciudadanía.

Estados Unidos reclama sobre los muertos por fentanilo fundamentalmente, y nuestros nacionalistas no reclaman nuestros muertos por las armas del país del norte, ni el robo de más de la mitad de los territorios que en el pasado pertenecían a México, no fuera España porque entonces llevarían a prisión (y después fusilamiento) a los reyes católicos de España, Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Nuño Beltrán de Guzmán, a Manolete y a todos los españoles por los daños ocasionados por el Colonialismo durante trescientos años, hasta la afición del Real Madrid y el Barcelona sufrirían los oprobios por festejar los goles de Alfredo Di Stéfano y la magia de Ronaldinho, y  a Picasso por su estética. 

El nacionalismo como los calzones, dependiendo la circunstancia es el uso, contra España se ajusta, contra Trump… se obedece el proyecto económico que alienta y se representa, eso sí, nacionalmente.

Entre las voces hacia una u otra dirección nacional, tal parece que no aprendemos, seguimos sepultando las historias, las culturas ancestrales, las lenguas que le dan colorido y multiplican las visiones del mundo que habitamos, los asesinos de la luna no son una ficción, son y pertenecen a la realidad, alientan los nubarrones del otro lado de la frontera norte, y aquí se paga el tributo degollando la luz que brinda en la oscuridad.

Regresando a las películas de Leonardo DiCaprio, lo simbólico de Renacido se da el diálogo entre Hugh Glass y su hijo Hawk, (en lengua originaria significa halcón), le dice el padre, molesto por el impulso del hijo ante las provocaciones de John Fitzgerald por el color de su piel y sus creencias:

-Te dije que fueras invisible

-¡Si quieres sobrevivir cierra esa boca!

-¡Ellos no oyen tu voz, hijo!

-Sólo ven el color de tu cara!

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