Joel Álvarez Borrego
Fueron 52 años entregados al magisterio. En ese periodo se cometieron algunos aciertos y muchos errores. No quiero descargar las culpas en los maestros de la escuela Normal, pero tratando de ser honesto, todos ellos, dado el contexto en que se desarrollaron hace aproximadamente 60 años, pensaban que lo que hacían era lo adecuado. Entre sus actividades como mentores prevalecía el verbalismo; eran dadores de clase. Lo mismo sucedió con los maestros de primaria y secundaria: siempre fuimos colocados en el aula como simples recipientes. Tal parecía que nos levantaban una tapa de nuestra cabeza para que las palabras de ellos fueran introducidas en nuestra mente. Y lo peor, a la hora de los exámenes querían que escribiéramos en una hoja llena de preguntas todo aquello que nos había sido depositado.
Cómo olvidar al maestro Antonio Martínez Atayde cuando, en un examen oral, me pidió que conjugara el verbo amar en el tiempo presente del modo indicativo. Me solté como perico:
Yo amo
Tú amas
Él ama
Nosotros amamos
Vosotros amáis
Ellos aman
Su respuesta fue contundente:
—Reprobado, señor Álvarez, reprobado.
A mis escasos 12 años le pregunté:
—¿Pero por qué?
“Usted debería haber contestado: según Andrés Bello y la Real Academia, el verbo amar se conjuga en el tiempo presente del modo indicativo de la siguiente manera:
Yo amo (pausa).
Tú amas (pausa).
Él ama (pausa).
Nosotros amamos (pausa).
Vosotros amáis (pausa).
Ellos aman (pausa)”.
Me puso un cinco. Como tenía siete de promedio, aprobé con un seis.
Pasados algunos años, me di cuenta de que la gran mayoría de quienes fueron mis maestros habían sido alumnos de aquellos maestros que, siendo niños de escasos 13, 14, 15 o 16 años, fueron seleccionados a partir de 1921 por la Secretaría de Educación Pública (SEP), a cargo de José Vasconcelos, durante el gobierno presidencial de Álvaro Obregón. Esta acción se llevó a cabo porque la dictadura de Porfirio Díaz nos había dejado como herencia, entre otras cosas, una población que cargaba con un 80% de analfabetismo.
A pesar de toda su entrega como docentes, carecían de “armas” pedagógicas y didácticas, así como de conocimientos sobre psicología infantil.
Aproximadamente en 1966 me llamó la atención que todos los sábados y domingos asistían a la escuela Morelos de Mazatlán una gran cantidad de personas mayores. Mi pregunta era: ¿para qué se reunían? Me decidí a entrar para descifrar el enigma. Eran aquellos que, habiendo iniciado como niños su labor de educadores, asistían a clases para poder obtener su título de profesor normalista. Eran instruidos por elementos del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio.
Naturalmente, fueron preparados con base en el verbalismo y la memorización mecánica, métodos que se mantenían vigentes.
Sin duda, la preparación del magisterio se encontraba muy retrasada en el panorama nacional.
Fue hasta 1978 cuando se creó la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) de México, fundada con el objetivo de formar profesionales en educación y contribuir al desarrollo educativo del país. Inició labores ofreciendo asesoría. En realidad, fueron muy pocos los maestros que asistían. Los profesores-alumnos que deseaban obtener un título de licenciatura estudiaban por su cuenta y solo asistían a asesorías cuando algo no entendían. La tortura para ellos eran las pruebas objetivas, que los invitaban a memorizar lo que los textos decían. La memorización mecánica seguía siendo la reina de la educación.
Pasados algunos años, la SEP anunció que todo educador que terminara su licenciatura en educación primaria o preescolar se haría acreedor a un buen aumento salarial. Por arte de magia, las unidades de la UPN se llenaron de educadores. Con el paso del tiempo se dejó la labor por medio de asesorías y se pasó a la clase presencial. Pero el verbalismo seguía presente.
Todavía en los días actuales se sigue poniendo en práctica el verbalismo. Todavía existe el educador dador de clase. Por ello, sigue vigente la pregunta: Yo enseño, ¿pero mis alumnos aprenden?