Farándula política ¿A dónde va nuestro dinero?

Por: Michelle Campoy

Yo no quiero ser un intelectual, cuando me dicen “un distinguido intelectual” yo digo:
¡No, yo no soy un intelectual! Los intelectuales son los que divorcian la cabeza del
cuerpo, yo no quiero ser una cabeza que rueda por los caminos (…) Ya lo decía
Goya, “La razón genera monstruos, cuidado con los que solamente razonan” a mi
me interesa lo que combina, lo que no olvida nada. Hay escritores amigos míos que
alaban al dinero, ¡Que maravilla la libertad del dinero! dicen. Maravilla la libertad de
las personas, el dinero libre es mucho peor que un animal salvaje libre, el dinero
libre ha provocado las mayores catástrofes de la humanidad.

–Eduardo Galeno en una entrevista en la vía pública.

Eduardo Galeano fue un destacado escritor y periodista uruguayo, fue conocido por
su aguda crítica social y su capacidad para entrelazar la historia con la realidad
contemporánea.


En los últimos años, se ha observado una tendencia creciente en la que diversos
partidos políticos mexicanos han optado por patrocinar a influencers para promover
sus agendas políticas y programas gubernamentales. Esta estrategia busca
aprovechar la amplia audiencia y el poder de persuasión que estas figuras tienen en
las redes sociales. Sin embargo, esta práctica plantea interrogantes sobre sus
implicaciones en la formación del criterio propio de las nuevas generaciones y su
potencial para generar una enajenación mental colectiva.

Influencers

Pero ¿Qué significa ser influencer? Un influencer es una personalidad pública que
ha ganado notoriedad principalmente a través de Internet. Posee la capacidad de
influir en las decisiones y comportamientos de sus seguidores. Estas figuras suelen
tener miles o millones de seguidores y son contratadas por marcas y empresas para
promocionar productos o servicios, aprovechando su alcance y credibilidad en el
ámbito digital.


Patrocinios jugosos


En México, la contratación de influencers para promover campañas políticas se ha
convertido en una práctica común. Durante el sexenio del expresidente Enrique
Peña Nieto, algunos contratos alcanzaron hasta 51,750 pesos por publicar
mensajes favorables en redes sociales. Además, en las elecciones de 2021, el
Partido Verde Ecologista de México (PVEM) pagó entre 15,000 y 100,000 pesos a
cada uno de los 104 influencers que promovieron su agenda durante la veda
electoral, lo que resultó en una multa de 40.9 millones de pesos impuesta por el
Instituto Nacional Electoral (INE). (Sinembargo 2020).


La viralidad de los contenidos en las redes sociales se ha convertido en una
moneda de cambio en la sociedad actual. El éxito, medido en “me gusta”,
compartidos y seguidores, a menudo se asocia con la capacidad de un contenido
para volverse viral, independientemente de su profundidad o veracidad.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han advierte sobre la “sociedad de la
transparencia”, donde la sobreexposición y la búsqueda constante de aprobación en
las redes sociales pueden conducir a una pérdida de autenticidad y a una
superficialidad en las interacciones humanas.

La inversión de recursos públicos en campañas con influencers plantea la cuestión
de si estas acciones realmente benefician a la sociedad en su conjunto o si
responden a intereses particulares. Mientras que algunos argumentan que estas
estrategias modernizan la comunicación gubernamental y acercan a las instituciones
a la ciudadanía joven, otros señalan que pueden desviar fondos de áreas prioritarias
y fomentar una cultura de inmediatez y consumo superficial de información.
Explicar la complejidad y la importancia del funcionamiento de un Estado en un
minuto es una tarea prácticamente imposible. La interconexión de los sistemas
políticos, económicos y sociales requieren un análisis detallado y una comprensión
matizada que no puede ser capturada en formatos breves y simplificados.

Cuatro preguntas para la reflexión:

  1. Si el criterio propio se construye a partir del pensamiento crítico y la
    confrontación de ideas, ¿qué ocurre cuando solo se escucha una versión
    simplificada de la realidad?
  2. ¿Es el éxito de un contenido en redes sociales un reflejo de su calidad, o solo
    de su capacidad de entretenimiento y manipulación?
  3. ¿Por qué el pensamiento profundo ha sido desplazado por la inmediatez de
    las opiniones virales y la validación superficial?
  4. Si los influencers son la nueva voz de la sociedad, ¿qué responsabilidad
    tienen en la construcción de una ciudadanía informada y crítica?

¿Entonces qué nos queda?


Un Estado compuesto por ciudadanos menos pensantes genera más espacio para
la polarización, la radicalización de discursos y, en el peor de los casos, la
violencia. La falta de pensamiento crítico no solo debilita la democracia, sino que
refuerza estructuras de poder donde la ignorancia se convierte en un recurso
estratégico para quienes desean gobernar sin oposición.


Si tanto los influencers como los intelectuales, en su afán de imponer una visión
específica, sesgan el pensamiento, la alternativa debe ser la educación para la
autonomía crítica. No se trata de rechazar el conocimiento académico ni la
influencia de las redes sociales, sino de promover el desarrollo de herramientas que
permitan cuestionar, analizar y contrastar la información recibida.
Parafraseando a Galeano yo diría que:

¡Yo no quiero ser un influencer! Cuando me dicen “un reconocido influencer”, yo
digo: ¡No, yo no soy un influencer! Los influencers son los que separan la razón de
la mente, los que venden una visión simplona para miradas rápidas. Yo no quiero
ser una cara que brilla en una pantalla, que rueda sin sentido por los caminos del
algoritmo. Ya lo decía Goya, “La razón genera monstruos, cuidado con los que
solamente razonan”. ¿Y qué tal los que solamente se muestran, los que venden una
visión del mundo sin demasiada reflexión? Hay colegas míos que alaban la fama,
¡Qué maravilla ser famoso, dicen! Maravilla la libertad del like, pero esa libertad
construye cárceles invisibles y consume la esencia humana, más feroz que la
libertad desmesurada del dinero. La fama es todavía más destructiva: le ha quitado
la oportunidad a la sociedad de ayudar al prójimo desinteresadamente

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