Por Edgar Adair Espinoza Robles
Claudia Sheinbaum se paró en el Zócalo y dejó en claro que la soberanía de México no es moneda de cambio. Frente a las amenazas arancelarias del presidente norteamericano Donald Trump, su mensaje fue un posicionamiento firme: el país no se doblega ante presiones externas. Prevaleció el diálogo y el respeto, dijo, refiriéndose a su intercambio telefónico con Trump (hasta fue reconocido por este) dejando ver que el gobierno que encabeza ha sabido negociar sin arrodillarse.
La escena contrastaba con los tiempos en que el entreguismo era la norma. No hace mucho, gobiernos como los de Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto cedían ante cualquier insinuación de Washington. Las reformas estructurales, los tratados a modo y la apertura indiscriminada del mercado fueron justificados con el mismo discurso de siempre: “Es por el bien del país”. Pero la realidad fue otra: México perdió autonomía, su industria se debilitó y su soberanía energética quedó comprometida.
Sheinbaum marcó distancia “No permitiremos amenazas ni humillaciones”, afirmó con claridad, lo que ciertamente NO es una postura nueva en el movimiento, pero verla en la voz de quien aspira a darle continuidad con cambio al lopezobradorismo refuerza el mensaje: la soberanía no está en discusión. Con serenidad, pero sin titubeos, dejó en claro que México no será rehén de los intereses de ninguna potencia por mucho que los neoliberales apátridas deseen que le vaya mal a México.
Su discurso tuvo una carga simbólica y política de alto calibre. Siguiendo la tradición del nacionalismo revolucionario, evocó la dignidad con la que México ha defendido su independencia a lo largo de la historia. Citó la máxima juarista: “El respeto al derecho ajeno es la paz” lo que no fue una frase al azar. En un mundo donde el proteccionismo y los discursos nacionalistas agresivos están en auge, Sheinbaum dejó ver que entiende el juego geopolítico y sabe moverse en él sin perder su dignidad.
Pero la soberanía no se defiende solo con discursos. Sheinbaum lo sabe y por eso puso el énfasis en la economía. La mejor estrategia contra las presiones externas es fortalecer el mercado interno, reducir la dependencia de Estados Unidos y consolidar un modelo de desarrollo que no esté atado a los caprichos de las potencias extranjeras. En otras palabras, la política exterior y la justicia social van de la mano.
Aquí es donde Sheinbaum se diferencia de los gobiernos neoliberales. Mientras que en el pasado se vendió la idea de que la apertura indiscriminada traería prosperidad, la realidad fue otra: desindustrialización, precarización laboral y dependencia económica. La Cuarta Transformación busca revertir esa lógica y construir un país que no solo negocie con dignidad, sino que tenga la capacidad real de sostenerse con fuerza propia.
La respuesta de Sheinbaum a Trump no fue improvisada ni efectista. Fue estratégica. No solo habló al electorado nacional, sino también a Washington y a la comunidad internacional. México está dispuesto a dialogar, pero no aceptará imposiciones.
La soberanía se construye con políticas públicas que reduzcan la dependencia económica y con una estrategia diplomática que blinde al país de presiones externas. Sheinbaum parece tener claro este camino, pero la verdadera prueba vendrá cuando tenga que ejecutarlo en un entorno internacional cada vez más complejo. Su discurso en el Zócalo fue más que una defensa de la política exterior del gobierno actual. Fue una declaración de principios y una muestra de liderazgo en tiempos de incertidumbre. Si algo quedó claro con sus palabras es que, bajo su guía, la soberanía de México está en buenas manos.
Y en tiempos como estos, eso no es poca cosa.