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La educación mexicana: un ensayo entre el enfoque humanista y el desenfoque social

Los teóricos, pensadores, analistas, investigadores, críticos de la educación, suelen serlo desde un escritorio, no precisamente desde la práctica cotidiana en las aulas, lo anterior no les resta mérito en esa actividad valiosa que implica estudiar las distintas dimensiones y procesos del quehacer educativo.

La distancia en el objeto de estudio entre el investigador y analista con respecto a la realidad educativa estriba precisamente de generalidades; los conceptos derivados en señalar, calificar o clasificar los sucesos internos y externos que intervienen en el funcionamiento de una escuelas, los enlaces estructurales con la vida institucional, así como los procesos de aprendizajes fundamentalmente, se asignan desde la distancia de quien mira con las miradas prestadas, es decir, con los relatos o testimonios de otras personas, sea personalmente o mediante otros libros.

Los anteriores programas de estudios se constituían por un cuerpo conceptual asociados al funcionamiento de una empresa, tales como la excelencia académica, la calidad educativa, competencias a desarrollar, entre otros, asemejaban el funcionamiento de la escuela a la dinámica interna de una fábrica.

El resultado de estos enfoques se vincula a los resultados sociales, un marcado individualismo generado por las competencias entre los docentes, y por ende los alumnos, sintetizado en pasar exámenes estandarizados, sin considerar los contextos, culturas, lenguas de cada región o escuela.

La llamada calidad de la educación ha sido un concepto vago, indescifrable, inaprensible, equiparar los mundos de un aula de estudio donde la columna vertebral gira entorno a los aprendizajes, los distintos ritmos y maneras de aprender, con el mundo monótono de la fábrica (si alguien ha trabajado en una ensambladora sabrá a qué me refiero).

Vaya ocurrencia trasladar el funcionamiento de la maquila al aula, eso se puede ver desde afuera, pero desde adentro hay otras percepciones, fue una concepción planificada, el hacer del aula una fábrica, implicaba tratar a los docentes como obrero calificado, y los alumnos como mercancía.

En este contexto, además del enfoque educativo, se desplegaban una serie de medidas como la desarticulación de los sindicatos, concretado con la Reforma educativa en el periodo de Peña Nieto. El maestro era un trabajador donde se le acechaba desde todos los flancos; mediático, laboral, sindical, político y económico, todos asociados en una cruzada por la llamada calidad, ahí entran las evaluaciones internacionales como PISA, implementadas por la OCDE, el CENEVAL en el plano nacional, entre otras.

Como consecuencia de los resultados de estas evaluaciones, se culpó a las maestras y maestros del bajo nivel obtenido. Al igual que en la fábrica, si el producto es consistente, además de la buena presentación, y tiene aceptación en el mercado, es considerado como producto de calidad, por la demanda.

Si las y los alumnos carecían de una formación consistente, sólida, con el dominio del lenguaje hablado y escrito, las matemáticas, la lectura de distintos textos, entonces la escuela no ofrecía a la sociedad una educación de calidad.

Visto el resultado deficiente de la mercancía, quise decir en la formación de los alumnos, se buscó concienzudamente detectar la falla del engranaje de la máquina, el resultado fue bastante obvio; si la mercancía carecía de calidad, el problema no era la máquina, elaborada por ellos sin darle mantenimiento, sino el trabajador, el operador de la máquina, ahí tenemos el resultado, el responsable era el maestro.

Ya implementado como rutina la evaluación periódica de la mercancía, también habría que meter en ese proceso al operador directo, así fue como se impulsó modificar el Artículo 3º Constitucional en el sexenio anterior, encabezado por la clase empresarial. De esta manera se sometió a los docentes a los procesos evaluativos para ingresar y/o permanecer en el magisterio.

Estos grupos de empresarios, acompañados por las televisoras de alcance nacional, la prensa, redes sociales, y no pocos gobiernos que hoy se dicen de izquierda, no sólo levantaron la campaña más grande de desprestigio contra el magisterio, con los dolores que implica la defensa de la educación en quienes nos involucramos directamente en defensa de la educación pública. Querían no sólo desmantelar las bases de la educación pública para ser ellos quienes, con su filosofía mercantilista, hacer un negocio redondo.

No, la educación no iba a desaparecer, iba a cambiar de manos, se iba a privatizar. Esta avanzada de momento está en pausa, ni se han desmantelado las intenciones ni los grupos empresariales tendientes a quitar los derechos laborales vigentes de los docentes.

En el 2018 hubo cambio en la administración del Estado, aclaro, no hubo cambio de estado, sino de administrador, el Estado sigue siendo el mismo de siempre. El cambio en la administración se acompañó de una Reforma en el Artículo 3º, para complacencia del magisterio perseguido en el sexenio anterior, el presente, sin desmantelar la mencionada Reforma, y hacerse del respaldo del magisterio, perseguido, vilipendiado, violentado por seis años, se eliminó lo tocante a la “permanencia”, es decir, las maestras y maestros ya no serían evaluados, por lo tanto, su trabajo no corría riesgo de cese.

El actual presidente supo comprender bien el clamor de los trabajadores de la educación, como lo hizo con las madres y padres de los 43 de Ayotzinapa, pero ese es otro tema, eliminó del Artículo tercero el concepto de permanencia, ganándose de manera incondicional (hasta la fecha el magisterio sigue obcecado, carente de ver más allá de sus necesidades cubiertas), el resto de la Reforma se mantiene intacta, es decir, fuera del alcance de las y los maestros, sin decisión sobre la misma.

La administración presente le ha dado un vuelco discursivo a la educación, eso es innegable, la escuela ya no se concibe como una fábrica donde la mercancía tenía que contener los elementos requeridos por el mercado internacional, ser un ciudadano global, que igual responda a las exigencias de los estándares desplegados en la bolsa de valores de New York como el banco central de Alemania (el principal de Europa), o la expansión mercantilista de los tigres asiáticos, sobre todo China, y el surgimiento del zarismo ruso con Putin.

A contrapelo del mercado y los tratados internacionales impuestos por éste, México está impulsando una educación con diferente enfoque, de la educación-producto se ha pasado a la educación humanista. De antemano el atrevimiento vale la pena, considerando lo vivido previamente, el lugar de la calidad lo ha ocupado el humanismo, ahí entramos en otra discusión de carácter filosófica, reitero, el vuelco en sí vale la pena, ahora hay que analizar las razones de este vuelco filosófico, sus bases y el contexto donde se asentará el discurso del humanismo.

Dejando de lado ese cambio de luces como dijera Cortázar en su cuento, el humanismo de la educación es como un colache o revoltura de posturas, planteamientos, principios y epistemologías, en este sentido, la construcción filosófica de la educación no ha cambiado con las predecesoras, no hay un planteamiento coherente, una revoltura bien acomodada en el discurso dirigida a resaltar, anteriormente denominada constructivismo, inexistente como teoría educativa, ahora llamado humanismo, también inexistente como teoría o pensamiento en nuestro país.

El humanismo fue un movimiento filosófico, político y cultural europeo que puso en centro al hombre, teniendo como bases el renacer las culturas griegas y romanas, centros dominantes de sus épocas, heredando para la cultura una serie de tratados, leyes reguladoras, literatura, pintura, escultura y arquitectura, para darle una resanada a la Europa medieval entretenida en mandar a la hoguera a los herejes.

Digamos que el humanismo fue un movimiento de reconstrucción de Europa, con retraso nos llegaron las obras e ideas, fue mediante la conquista que los nativos de estas tierras, mediante los frailes como mediadores, inculcaron esta conquista espiritual.

El humanismo no hizo de la conquista una relación más humana, el indígena no alcanzaba la categoría humana, hasta la fecha se le mira con desprecio y olvido por los nuevos humanistas, o como se denominen, ya estoy desfasado conceptualmente. El humanismo traído en los barcos de los conquistadores, abrieron camino por los montes con sus espadas de acero, quemando cuanto pueblo encontraban a su paso, saqueando las pertenencias, abusando de las mujeres, usándolos como mano de obra a trabajar en las minas para la extracción de minerales para el Rey, fueron tantas las atrocidades cometidas, impidiendo el dominio completo de estos seres hijos del diablo, desconocedores del Dios cristiano que, fue necesario romperles el alma con el catecismo colonial.

Con la Independencia el humanismo heredado se dividió en dos, entre quienes querían un monarca de origen europeo como marcaba la tradición luego de tres siglos de imposición, y quienes querían un representante de estas tierras; el país se dividió entre conservadores y liberales. A veces ganaban unos, a veces otros, esta disputa ha marcado la historia nacional, entre los serviles hacia los extranjeros, y quienes quieren servir a un nacional, pero servir, al fin y al cabo.

En la administración de Morena, el humanismo educativo resalta a la comunidad como el espacio donde desembocan las buenas prácticas sociales, así como los conocimientos obtenidos en la escuela. Relacionar ambos espacios, comunidad y escuela, en mutua interacción e influencias, corresponde el objetivo central de la educación.

El perfil de los docentes en servir a la comunidad, en construir los lazos para fomentar en las aulas los conocimientos populares, a su vez en la comunidad, los conocimientos científicos de especialistas, romper la barrera impuesta entra ciencia y comunidad.

Una de las características del enfoque es su universalismo, desechada la especialidad del conocimiento, se pretende integrarlos como unidad en proyectos de aula, escuela y comunidad.

Si el humanismo europeo propugnaba las especialidades de las ciencias, el humanismo mexicano pretende unir el conocimiento sin fragmentarlo. Como tal el enfoque resulta novedoso en la historia de la educación mexicana, hasta el término comunidad resulta extravagante, como si la sociedad donde se aplica este enfoque funciona de la misma manera como una comunidad, siendo ésta, la comunidad, un espacio totalmente diferente en todos los sentidos, de eso se hablará más adelante.

Hasta aquí queda claro las pretensiones de la educación, nobles desde el discurso, intentan colocar las relaciones sociales en relaciones humanistas, sin dominio entre sus interactuantes.

Sin demeritar los esfuerzos invertidos, bastantes nobles en algunos casos, cuestionables en otros, pasaremos a la realidad donde se aplica este enfoque, lo primero que nos encontramos es con una estructura no hecha para que el humanismo aterrice en las aulas y comunidades.

Primeramente, toda la estructura educativa está construida piramidalmente, este factor obstaculiza el aterrizaje del discurso de la Nueva Escuela Mexicana, acostumbrados a ver los espacios como botín donde hay negociaciones de poderes, esta estructura no sólo se mantiene vigente, haciendo a un lado al humanismo, sino que se consolida en aras del proceso electoral en puerta, es decir, lo que determina el interés supremo de la estructura educativa, no son los derechos de las niñas, niños y adolescentes, sino los espacios a ganar en las elecciones, todo se mueve en función de la coyuntura política.

Visto así, el enfoque humanista pasa a segundo término, al interior de las escuelas la preocupación no consiste en los aprendizajes, aunque se simulen evaluaciones con tintes económicos para alimentar cada instancia de autoridad, incluso los intereses de los docentes no se inclinan hacia los aprendizajes de las y los alumnos, sino en ascender administrativa o económicamente, algo comprensible dado el precario salario de las mayorías.

Esta situación de la educación ha pasado desapercibida por todos los niveles de autoridad de la educación, incluso por sus creadores e impulsores, hay prioridades, el humanismo puede esperar otro sexenio.

Rechazado por el aparato institucional, el humanismo languidece en el poco interés que en él tienen las y los maestros, hay un enfado social que ha permeado en el ánimo del magisterio, se sabe que es pura palabrería, en efecto, ha resultado rollo discursivo.

Si al interior de las escuelas el humanismo ha sido repelido por las relaciones e intereses, fuera de ella es inexistente, contrario a ello, prevalece la deshumanización más descarnada desconocida en la historia de la humanidad como especie; millones son tratados como basura, estorban los aparadores de las tiendas, son excluidos de los beneficios sociales pese a ser los productores de las riquezas en sus respectivos lugares, la violencia en los hogares y calles se ha normalizado por un sistema que pone, a contrapelo del discurso, la violencia como vida cotidiana.

¿Cómo humanizar lo deshumanizado? Socialmente quienes gobiernan han desplegado una serie de programas que, lejos de detener esta destrucción del tejido social, está aumentando, en especial en los estados del sureste como Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Colima, Michoacán, pero no sólo, el resto de los estados del país se vive el azote de la viruela de la violencia, no hay hasta el momento una estrategia que contenga este fenómeno social.

Si el humanismo como enfoque educativo quiere dejar huella en la sociedad, debería empezar por desmantelar los cotos de poder en la estructura piramidal de la educación, en sus primeros años de aplicación, esta pirámide de la corrupción se ha asociado con los caciques sindicales, o sea, aliándose con quienes han hecho negocio con los espacios y recursos públicos.

Siendo así, el humanismo educativo se niega así mismo a dar a luz en un proceso de transformación de las relaciones sociales, dichas relaciones siguen siendo de poder, luchar contra esa estructura no ha sido hasta la fecha la intención de este gobierno, ni lo será al parecer.

Volvemos al origen del planteamiento de los enfoques, si antes la escuela era vista como una maquiladora y las y los alumnos como mercancía a arrojar al mercado para su adquisición como una pieza a reproducir más mercancías, porque, así como los objetos, en el mercado las personas también son consideradas como mercancías, una mercancía especial que produce mercancías, y que cada vez es reemplazada por otra mercancía llamada IA (inteligencia artificial).

Si antes el docente era el obrero de la fábrica, ¿qué es ahora?, ¿el simulador para darle un rostro humano a la fábrica? El humanismo educativo está empantanado en su retórica de la comunidad y las buenas prácticas, hasta el concepto de comunidad se ve ajena en el lenguaje de la NEM cuando en la práctica el gobierno ha destruido comunidades en el afán de sus proyectos desarrollistas como el corredor transístmico y el Tren Maya.

Si la calidad de la educación sirvió para impulsar la privatización de la educación, el humanismo ha sido una decoración ante una realidad avasallante de despojo de territorios de las comunidades campesinas del país, en especial las tradiciones de los pueblos originarios.

Construir comunidad, hacer en comunidad, en tu comunidad, son palabras hueras que nada dicen a las y los alumnos, comunidad significa sin dueños, donde no hay quien mande, la asamblea donde participan todas y todos y toman decisiones trascendentales para vida diaria de la comunidad.

Quienes construyen comunidad son los pueblos indígenas, y desde antes de la llegada de la idea de humanismo, es decir, llevaban a la práctica lo que para los europeos era una utopía, nosotros, descendientes en la cultura y lengua de los españoles, traemos dentro ese germen del humanismo que disocia la palabra con la vida.

No me siento autorizado para hablar de los pueblos originarios y su vida comunitaria, la vida en común, de todas y todos, pero sí me siento autorizado para decir que al discurso de la comunidad desde la educación le falta suelo, piso, materialidad, no perderse en las abstracciones, enraizarse como semilla en la tierra y germinar en su tiempo, a su tiempo.

Una vida en común, sin privilegios, es una utopía que deslumbra a los despistados que eufóricos cambian de filosofía cada seis años. Impuesta desde arriba, sin ser una propuesta hecha desde abajo, el humanismo mexicano no responde a las expectativas de las y los docentes que a regañadientes implementan a su manera las nuevas ideas en la educación.

Un enfoque humanista donde ni la sociedad lo es, ni la estructura educativa, ni la formación ni compromiso de los docentes, ni siquiera en las madres y padres de familia, volcados en la sobrevivencia, son receptivas para llevar a cabo la Transformación que se dice se requiere para construir un mejor país, para ellos se requiere más que discursos a modo y moda, un desmantelamiento de la podredumbre institucional para construir algo semejante a las palabras, no hay señales, no las habrá, la educación seguirá siendo un proceso de simulación donde se venden sueños de un mundo mejor, y cuando sales de la escuela ese mundo espera para devorarte los sueños, la piel, la carne, la vida entera.

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